Rafael Fernando Navarro | Marpalabra |
1/7/2014
Era una viñeta de la sabia Mafalda: en el 78 –decía- admitimos la monarquía
para obviar los sables y las pistolas. En 2.014 tenemos monarquía porque la
votamos en el 78. Y hacemos de la historia esa serpiente que se enrosca sobre
sí misma, que justifica el hoy porque se justificó un ayer. Caracolea la
historia en su concepción griega y la despojamos de su linealidad. La
encerramos en su propio círculo y le evitamos (nos evitamos) el esfuerzo de
seguir creando porque tenemos la tranquilidad anquilosada de que todo está
hecho. Es frecuente esta aseveración entre café y café: Toda la vida se ha
hecho así. Y por eso el futuro se convierte en mero porvenir, en tiempo que
llegará por la inercia de los relojes de salón.
Franco no hizo historia. Hizo tiempo, como hacemos tiempo cualquiera de
nosotros a la espera de algo que ocurrirá, de algo venidero. Y entre tantos
cadáveres de tapias blancas y de amaneceres de paseíllo, Franco tuvo un muerto
condecorado de botas, prohibiciones, galones y tiros en la nuca. Franco mató el
tiempo y creyó que podía enterrarlo en Cuelgamuros. Y con el tiempo enterrado,
puso un sucesor para que siguiera sorprendiendo a la historia por la espalda y
haciendo de ella simplemente tiempo muerto.
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