martes, 31 de mayo de 2022

"EL RACISMO SE CURA VIAJANDO"

 

Lo que aprendí cuando me mudé a Estados Unidos y dejé de ser percibida como blanca

El racismo es una herida siempre abierta que hay que observar y desinfectar constantemente. Y que en el momento menos pensado puede volver a abrirse



“El racismo se cura viajando”. Esta frase, atribuida a Unamuno (aunque no se sabe a ciencia cierta quién la dijo) estuvo durante varios años escrita con pintura roja en un muro del madrileño barrio de Lavapiés. Recuerdo pasar junto a ella y sentir cierto desagrado, escapárseme incluso un gesto de desdén. Me parecía —y me parece— una frase motivacional de mochilero que en su camino hacia el Machu Picchu se detiene un momento en un pueblo, se toma un café con un señor del lugar que conoce en el camino, se saca una foto con él. Después la cuelga en las redes: “Aquí, con el amigo Juan, hablando de la vida”. A Juan no lo vuelve a ver, y del Machu Picchu le quedan al viajero dos o tres pinceladas en el alma, nada más, así que quizás mejor se hubiese quedado sentado en un banco en el parque de su barrio, observando a los pájaros.

Hay una violencia en el viaje —”Lugar desconocido, ofréceme experiencias decisivas, transfórmame, sorpréndeme, diviérteme, hazme otro”— que, más que a un proceso de exploración y perfilamiento del carácter, lo asemeja a la exigencia de una señora que va a un spa buscando que la descontracturen. Pero no hace falta arremeter contra el ya bien vapuleado viajero que es turista, turista que se cree viajero (y casi da igual, porque lo mismo es uno que otro, y porque ese viajero lo hemos sido casi todos). Si me apuras, casi cualquier viaje, aunque se haga desde la bondad y la pureza más absolutas, provoca una terrible sed exotizadora, engrandece las diferencias, las fotografía, las exhibe como trofeo. Dice el antropólogo brasileño Gustavo Lins Ribeiro que cuando la antropología trascendió el ocuparse de sociedades lejanas y comenzó a investigar también sociedades cercanas, de las cuales muchas veces el propio investigador era parte, fue necesario un profundo trabajo que le permitiera “exotizar lo familiar”. Según Lins Ribeiro, esto podía lograrse a partir de una actitud de extrañamiento, que se relacionaba con el concepto de conciencia práctica acuñado por Giddens. Lo que se busca en el viaje es precisamente la diferencia, o el asombro ante la diferencia, y esa es la raíz del mal que nos ocupa. Así que lo siento, anónimo dictador de esa sentencia atribuida a Unamuno, pero no. No creo que el racismo se cure viajando.


Hace unos meses me mudé a Estados Unidos. En mis primeras semanas, la universidad que dio la beca exigía a toda persona extranjera un control sanitario. En la sala en la que me sacaron sangre, una empleada apuntaba los datos. “¿Raza, etnia?”. “White” (blanca), dije. Eso he sido toda mi vida. Me miró. Carraspeó. “Pero no eres de aquí”. “No”, le dije, “soy de España”. Insistió en saber de qué parte. Pensé que me hablaría entusiasmada de un viaje a Barselona, de tapas y vino, pero, al escuchar mi respuesta (”Del norte de España y de unas islas junto a África), sentenció: “Entonces eres mestiza”. Iba a rebatírselo, porque no creo que haya sufrido ninguna de las opresiones que pueda haber vivido lo que aquí se considera una persona mestiza. Pero la casilla estaba marcada.


En los siguientes meses hubo más burocracia, y marqué lo que el funcionario de turno me indicaba cada vez (hispana, mestiza, other, o sea, “otra”). Es decir, que dejé de decidir lo que yo misma era en favor de lo que los otros consideraban que yo era. Y atendiendo a este principio que acaté, según el cual una no es lo que cree o siente que es, sino lo que el exterior considera que es, a mi llegada a Estados Unidos dejé de ser lo que hasta entonces había sido sin mayor discusión: una blanca. En realidad, sin ser del todo consciente, ya había dejado de serlo ante los empleados del control de fronteras. A partir de los años setenta, el Gobierno estadounidense incluyó a todos aquellos ciudadanos provenientes de los países hispanohablantes en el grupo de los hispanos o los latinos. No tendría sentido entrar a debatir ahora mismo sobre el rigor de este cajón de sastre en el que los formularios o los juicios rápidos nos colocan a un montón de personas no estadounidenses que habitamos en Estados Unidos.

En la percepción del día a día, podríamos decir que, en términos de raza y etnicidad, uno no es lo que es, sino lo que se le considera. ¿Pensabas que sabías lo que eras, lector blanco? Pues sólo tienes que cambiar de país: el grado en que una persona se clasifica en una categoría racial puede variar en función del contexto social. Hablando mal y rápido: se es de una raza con respecto a otra. Incluso dentro de lo que podríamos imaginar que se considera una misma raza, la gradación cambia y construye identidad con respecto a los otros, como tan bien muestra Passing (horrendamente traducida en España como Claroscuro), la película de Rebecca Hall basada en el libro homónimo de Nella Larsen, en el que se cuenta la historia de dos mujeres de raza negra, una de las cuales tiene una fisonomía que le permite “pasar” como blanca, y en torno a esa mentira ha construido su vida.

Marco la casilla que el funcionario me indica cada vez: hispana, mestiza, ‘other’, o sea, “otra”

El caso es que de pronto, sin dejar de sentirme como una impostora, pero sin poder hacer nada con respecto a la mirada ajena que me clasificaba en esa impostura, empecé a existir siendo percibida como no blanca. Y entonces, recibiendo los choques y tropiezos de no ser la ciudadana de primera que es la habitante blanca de Estados Unidos, empecé a apuntar en un cuaderno cada vez que sentía aquello, que, consensuado con diversas personas no blancas habitantes en Estados Unidos, podríamos llamar bajada en el escalafón social. “En México yo era güera [rubia]”, dijo, lamentándose cómicamente, una compañera de beca. Sí, claro, en privado, entre risas resignadas y ácido humor, se desplegaban las rozaduras que nos provocaba ese nuevo zapato duro que es la identidad recién estrenada, una identidad no tan cómoda como la anterior. La anterior identidad era más blanda, no dolía tanto al caminar; qué bonita es la estúpida ignorancia del dolor del otro, cómo de pronto aparece con todas sus aristas cuando una siente un dolor similar. Como bien dice Azahara Palomeque en su libro Año 9. Crónicas catastróficas en la era Trump, que desgrana y observa con una lupa que quema la experiencia de una española en Estados Unidos, “una aprende a convivir con cierto privilegio blanco y se pregunta qué ocurre con los que no lo ostentan, y duda, y cuestiona en espiral, buscando revelaciones que no llegan”. Porque el pensamiento es recurrente, el paralelismo es constante: Si antes me preguntaba y observaba cómo era, en el diversamente habitado barrio de Madrid en el que vivía, vivir la vida de muchos de mis vecinos, ahora, con la identidad inevitablemente diluida y confundida por el trato del Otro (entiéndase Otro como autóctono gringo blanco), mi pregunta también se iba diluyendo frente a la realidad que se imponía y que me enseñaba. La Realidad: yo tratando con un extraño respeto asustado al Otro, yo amedrentada al ser consciente de haber cometido una incorrección, dándome de bruces con algunos choques culturales ante los que era preferible bajar la cabeza y seguir adelante de forma discreta, temerosa de ser demasiado efusiva o agresiva en mis manifestaciones emocionales (“Tienes todo el cuello contracturado porque las latinas gesticuláis mucho”, le dijo la quiropráctica del seguro estadounidense a una amiga argentina), sintiéndome acobardada en la peluquería porque me habían teñido el pelo de un color que no era el que había pedido (“Pero tu pelo natural es negro, ¿no?”, dijo el amable peluquero, mirando sin ver mi aspecto y la foto que le había mostrado como ejemplo, viendo sin mirar una identidad construida con respecto a la suya), no atreviéndome a enfadarme como me habría enfadado en España. No tener una derecho a enfadarse porque no sabe qué reacciones puede provocar su enfado en ese país nuevo. Saber que leerá lo que publiquen sus compañeros norteamericanos escritores, pero que ellos ni siquiera sentirán una curiosidad recíproca. Saberlo porque el programa del seminario incluye más de cuarenta lecturas y sólo dos que no sean de escritores norteamericanos. Y estos son únicamente unos pocos ladrillitos absolutamente ridículos, diminutos, que aportan poco a esa construcción brutal que es el racismo en Estados Unidos en particular y en el mundo en general. Pero son los minúsculos ladrillos que me hacen confirmar en la propia carne que el racismo no es una agresión momentánea, sino un estado gaseoso que acompaña toda la vida, todo momento que se pase en el país en el que se es extraño (y en el caso de mucha gente, ese país es el suyo propio). El racismo como un aura que rodea a la persona que recibe la opresión en cada movimiento de la vida cotidiana, como parte fundamental de la mezcla que configura la identidad. El racismo incluso como antirracismo: ciertos tonos paternalistas, didácticos, la infantilización y exotización involuntaria del que no es blanco, como si sólo siendo estadounidense y blanco se pudiese recibir el tratamiento de adulto. Como muy bien dice Azahara Palomeque en su libro, “racismo y antirracismo contienen ambos la misma palabra”. Palabras excesivamente dulces, miradas paternalistas, alguien que te trata con extremo cuidado, como el que se aproxima a un ser que no sabe cómo desentrañar y prefiere hacer gestos de mansedumbre y conciliación por si le muerde la mano.

El racismo es una herida siempre abierta que hay que ir tratando lo mejor que se pueda. Cada uno porta su llaga purulenta

Yo no me fui porque nadie ni nada me expulsase, ni porque la situación en mi país fuese insostenible, como muchos otros hacen cada día. Yo me fui porque quise, por pura aventura, y me encontré con esa rozadura leve, pero insistente, como un zapato duro que insiste e insiste hasta que hace llaga, esta existencia de ciudadana de segunda. Así que este texto no es más que dos cosas: Primero, un lamento de niña mimada que no era del todo consciente de serlo y de pronto lo es. Segundo, una oportunidad de esa niña mimada para pensar, para hablar con los demás niños mimados (véase niño mimado como persona que haya podido sufrir diversas opresiones, pero jamás la de la raza). Y, con la misma precisión enloquecedora con la que apuntaba los sucesos en los que había sentido el racismo rozándome, más o menos cerca, más o menos profundamente, empecé a observarme a mí, al antes-de-esto, a releer mis pensamientos del pasado, la forma de hablar. Y, por supuesto, ahí estaba. No era la brutalidad del racismo que normalmente se contempla cuando el sujeto afirma “yo no soy racista”, pero sí había paternalismo, cierta condescendencia en el trato en unas cuantas ocasiones, y, en un texto de hace años, una descripción puntual que era racista sin que yo siquiera lo sospechase. Horror, susto. ¿Soy yo esta persona? Sí. Esa persona somos muchos.

El racismo no se cura viajando. El racismo, si acaso, se convierte en fermento que escuece cuando uno se traslada a vivir a un país en el que haya un pez más grande que uno en términos raciales, un pez que pueda comerse al pez chico en el que de pronto se ha convertido uno mismo. Quizás el racismo propio no será siquiera susceptible de ser observado hasta que el individuo no sienta el cambio de tornas, el racismo cerniéndose sobre él, la impotencia debilitadora de un acento que lo invalida, el choque cultural, el habitante del país que acoge asustado o escandalizado ante un gesto que no comprende, un tono o una reacción que convierten de pronto al individuo en un extraño. Y aun así, el racismo propio y ajeno persistirá. “No existe una actitud neutral frente a cuestiones de raza; es una trampa en la que se suele caer, como en un movimiento pendular, del lado del paternalismo o de la discriminación”, dice Azahara Palomeque, consciente de la condena.

El racismo, de hecho, no se cura. Es una herida siempre abierta que hay que ir tratando lo mejor que se pueda. Cada uno porta su llaga purulenta. Casi siempre está en la nuca o en un lugar inaccesible de la espalda, y es por eso por lo que nosotros no vemos nuestra propia herida y nos la tienen que señalar. A veces se nos olvida que la tenemos, o lo negamos, pero ahí está. Supura. Debemos saber que existe, entender por qué se infecta de nuevo. Vigilarla. En el momento menos pensado puede volver a abrirse. Nunca va a cicatrizar.


Sabina Urraca es escritora, periodista y editora. Actualmente cursa el taller de escritura de la Universidad de Iowa (EE UU) con una beca.


FE DE ERRORES

Una versión anterior del texto decía "Cada uno porta su llaga pustulenta". Lo correcto es "purulenta".







NADA ESTIMADO SEÑOR IGLESIAS

 «De su libro he deducido que es usted, básicamente, un ególatra, un mentiroso y un hipócrita»


Tras leer su libro Verdades a la cara he de recordarle uno de los axiomas que se estudian en periodismo: «Datos, no opiniones». Su libro, sin embargo, se basa en «opiniones, no datos».  Su libro es una pura retahíla de opiniones, opiniones, opiniones y algún que otro rumor, dime y direte.

Sé que usted lee este periódico, al que ha llamado «medio de ultraderecha». Sé que usted jamás reconocerá que leyó este artículo, sé que su «compañera» (así la llama usted) jamás reconocerá que le llegaron miles de mensajes y varias cartas explicándole mi situación y que ella hizo caso omiso porque a Irene Montero se le llena la boca con la palabra sororidad, pero solo la boca. Dios le libre a Irene Montero de mostrar sororidad por una mujer que no sea de su cuerda. 

En fin, voy a ser fría y voy a ir rebatiendo punto por punto frases de su libro Verdades a la cara.

Y voy a rebatir sus frases con DATOS, no opiniones 

FRASES TEXTUALES DE SU LIBRO: «¿Se imaginan qué ocurriría si yo desde mis redes sociales convocara a mis seguidores a ir a visitar la casa de Carlos Herrera y que él y su compañera tuvieran que vivir lo que vivimos nosotros?». «No dejo de pensar en cómo se sentirían los presentadores o directores de esos programas de televisión si un buen día empezarán a difundir imágenes de su domicilio, día tras día».

Me parece tan hipócrita usted, porque, aunque no utilizó usted sus redes sociales, sí que utilizó usted a compañeros suyos para orquestar un acoso contra mí, y sí que su compañera de usted, Irene Montero, inició un acoso contra mí, entre risas y aplausos. 

Le pongo en antecedentes de la historia.

Hace casi ya tres años, desde el ministerio que dirige su «compañera», como usted la llama, Irene Montero, se filtró el borrador de la ley trans. Con sorpresa yo comprobé que era idéntico en muchas cosas a la Bill c-16 canadiense. Entonces empecé a tocar el tema en redes sociales. Siendo fiel a los principios deontológicos de mi profesión, seguí la máxima «datos, no opiniones». Divulgué noticias publicadas en medios canadienses, entrevisté a farmacéuticos, a psicólogos, a detransiciónadoras, a mujeres trans reasignadas que no estaban de acuerdo con la ley. Todo en un muy modesto perfil de Instagram que no tiene ni 50.000 seguidores. Y repito, siempre con datos, datos y datos. Información. Nunca opiniones. 

No existe ningún tipo de transfobia en enseñar las consecuencias que una ley ha tenido en otros países y el tipo de secuelas que ya está teniendo cierto corpus jurídico en un país como el nuestro. Un país en el que en las cárceles no hay guardias de seguridad con granadas de mano como es el caso de Canadá – por lo tanto, aquí el riesgo de permitir la entrada en prisiones femeninas de violadores es mayor, si cabe. Un país en el que la seguridad social sí se cubre los tratamientos de bloqueo de la pubertad (no es el caso de Canadá).

Jamás, nunca,  jamás en la vida imaginaba que simplemente por pasar datos – y, repito, NUNCA opinión- sucedería lo que sucedió.

El 18 de diciembre de 2020 la asociación COGAM me concedió el Premio ladrillo a la transfoba del año entre gritos de «terf» y «plagiadora». Allí estaba su compañera de usted, aplaudiendo y riéndose. Y hay un vídeo que lo prueba. Un vídeo que prueba cómo Irene Montero aplaudía entre risas lo que supuso el pistoletazo de salida para una campaña de desprestigio y acoso.Un acoso que considero que fue bastante peor que él dice que sufrió, y al que le dedica un libro entero.

A partir de entonces, desde un anillo de cuentas de twitter (una comunidad de cuentas agrupadas por contenidos), que actuaban organizadas, se empezaron a difundir tres bulos sobre mí: 

  1. Yo había plagiado mi libro Mujeres extraordinarias. (Libro publicado en diciembre del 2019, que sigue en venta, y que no ha recibido ninguna denuncia por plagio a día de hoy, mayo del 2022). 
  2. Yo había acosado a una mujer trans y había difundido fotos íntimas de esta persona. 
  3. Yo había iniciado una «campaña de persecución contra las personas trans».

Rápidamente dos amigos íntimos de usted, a los que usted reconoce como tales en el libro, se sumaron a la campaña mediática.  Su amiga Dina Bousselham publicó que «yo había sido condenada por plagio» y que «había iniciado una campaña de persecución a las personas trans». Su amigo Pedro Vallín trabajaba en La Vanguardia y publicó un artículo a toda página dedicado en exclusiva al «mi plagio» y concluyendo que ¡se me había condenado por plagio!

Desde el famoso anillo de cuentas se hizo correr mi dirección. Una de las cuentas, la cuenta principal, aquella alrededor de la cual giraba todo el anillo, durante más de un año estuvo colgando cada día más de 10 tweets contra mi persona. En ellos se me llamaba plagiadora, acosadora y tránsfoba. Un mínimo, repito, de 10 tuits diarios, cada día, que desde esa cuenta se iban redistribuyendo a todo internet.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO:  «La campaña contra Podemos se ha hecho a base de bulos e  informes falsos desde la derecha mediática».

Pues bien, continúo con lo que le estaba contando: de repente empezaron a llegar a todas las redacciones de esos medios a los que usted llama «derecha mediática» unos mails con unas capturas de pantalla. En los mails se aseguraba que yo había plagiado un libro y que «una tuitera» me había denunciado por ello. La tal tuitera, por cierto, había abierto un crowfunding (una recaudación pública de fondos) para iniciar esa demanda penal. Se debió quedar con el dinero, porque efectivamente recaudó casi 3.000 euros, pero jamás me interpuso esa demanda.

Quién enviaba esos mails sabía muy bien que yo no era bien vista en los medios de la derecha (al fin y al cabo, he sido socialista durante muchos años). Por eso, se los enviaban a ellos. Contaban con que no me tenían simpatía y reproducirían el bulo. 

¿Y quién estaba detrás de esos mails? ¿Quién era «la tuitera» que recaudó casi 3.000 euros que debió invertir, imagino y supongo, en la reforma de su casa? 

Pues era alguien muy cercano a usted, increíblemente cercano a usted.

Así que parece que la derecha mediática le molesta a usted o a su círculo… Le molesta, excepto cuando la puede utilizar para joderle la vida a una persona. 

Porque esa derecha mediática se hizo eco del bulo lanzado por ustedes. Y se publicó que se me había denunciado por plagio. Los escritores vivimos del prestigio, y así se me daba en la línea de flotación.

Pero ahí no acaba la cosa.  En mi perfil de Instagram encontraron una foto de mi hija. Y la difundieron con el lema «la hija de la transfobia» y lindezas similares. Como le digo, hicieron correr mi dirección. También pusieron un programa de rastreo en el móvil. Usted  pregunta en el libro cómo se sentiría un periodista  si se hiciera pública su dirección. 

Pues ¿quiere saber cómo se siente? 

No se preocupe, que ya se lo cuento yo. 

Yo tenía auténtico pánico. Vivía aterrorizada. Tendría usted que ver el informe de mi psiquiatra. Náuseas, mareos, vómitos, se me llegó a paralizar un brazo… Estrés, dice el informe médico.  La diferencia con usted es que yo ni siquiera tengo coche y desde luego no me puedo pagar unos escoltas.

Dice usted que las campañas contra Podemos se han hecho a base de bulos y de fake news. Pues la cuenta central del anillo difundió el bulo de que yo había robado unas fotos desnudas de una persona trans y las había distribuido. Se manipuló un vídeo extraído también de mi cuenta de Instagram, para hacer correr el bulo.

Empecé a recibir amenazas. En la cuenta de Instagram, y en el buzón. Luego llegaron las llamadas al telefonillo. Durante noches y noches. Sonaba el telefonillo, yo levantaba el auricular, y siempre lo mismo: terfa, plagiadora, vamos a por ti…

Dice usted en su libro que le habían puesto una cámara en la puerta de casa para ver quién se acercaba… ¡Pues ojalá hubiera podido yo tener esa cámara! ¿Sabe usted que llegaron a marcar, en el panel de interfono, mi piso, bien clarito, en tinta roja, con  la palabra TERFA, para darle ideas a los acosadores?

Y ahí no acaba la cosa, por supuesto. Me intentaron agredir dos veces por la calle. Dos. Al contrario que usted, ya lo he dicho, no tengo escolta. Al contrario que usted, yo no vivo en una zona protegida ni tengo guardias civiles en la puerta de casa. Cuenta usted en su libro que fueron los escoltas los que se dieron cuenta de que había un señor intentando fotografiar a sus hijos. Que detuvieron e identificaron a esa persona. Yo no tengo escolta, señor Iglesias, yo vivo en un barrio normal y corriente. 

La primera vez que un tipo intentó agredirme fue en Tirso de Molina, a plena luz del día, al grito de «terfa», ése grito que supone un señalamiento y que había aplaudido su compañera de usted entre risas, como se ve en el vídeo del acto de COGAM.  La segunda vez que intentaron agredirme fue en el callejón del Doré, cuando intentaba sacar entradas para una sesión de la Filmoteca Nacional. Me venían siguiendo y yo no me había dado ni cuenta. Me pillaron en ese callejón estrecho, que es como una ratonera.  Mi amigo Carlos, que es un tipo alto, se puso en medio – jugándose la integridad-  y gracias a Dios en ese momento llegó otro grupo a comprar las entradas. Y los agresores huyeron como las ratas que eran.

¿Se queja usted de acoso? ¿Dedica todo un libro a ese acoso? ¿Tiene el valor de hacerlo cuando su compañera ha participado en un acoso hacia una mujer que no tiene los medios que ustedes tienen para defenderse ni a sí misma ni a su hija? 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «No pienso someter otra vez a mis hijos a las consecuencias de que su padre tenga responsabilidades políticas».

Se queja de lo que usted llama «acoso a sus hijos». 

Déjeme hablarle de mi hija. Mi hija asiste a un instituto público. Allí, nadie sabía quién era su madre porque se había inscrito con el apellido de su padre. Pero ustedes hicieron correr su foto y, pese a que en la foto llevaba mascarilla, fue fácil reconocerla. Mi hija tuvo que sufrir todo tipo de insultos y cada día tenía que venir a casa acompañada por dos chicos, e ir cambiando de itinerario. También la insultaban por la calle y en el barrio.  Hasta que finalmente entró en tal depresión que perdió diez kilos.

Tengo el informe del psiquiatra – sí, señor Iglesias, de la Sanidad Publica-  que certifica que mi hija sufría una depresión reactiva derivada de un acoso. Y no, no teníamos escolta ni guardaespaldas, como tiene usted. En fin, mi hija perdió ese curso. Suspendió absolutamente todas las asignaturas.  Y, tal y como certifica el psiquiatra que la trató, todo se debió a que vivía en una situación de estrés y miedo. Sus hijos de usted, entretanto, iban en carrito. 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «No puedo sacar a los perros».

Pues mire usted, durante dos años he tenido que sacar a mis perras a las seis de la mañana y cada día recorriendo un itinerario diferente, porque recibía mensajes en los que me decían que sabía por dónde paseaba mis perros y que anduviera con cuidado. De hecho, la primera vez que intentaron agredirme yo estaba, precisamente, paseando a las perras.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Contra nosotros se inició una cacería». 

Pues deje que continúe con la historia.

Bien, finalmente me presenté en comisaría. Y se identificó a la cuenta principal que movía todo aquello. No era una sola cuenta, por supuesto, en realidad había un programa informático que manejaba muchas cuentas bots, cuentas falsas. Pero se identificó al usuario de la cuenta principal del anillo.

Toda esa campaña estaba movida por cinco personas. Una de ellas, oh casualidad, amiga íntima de su compañera de usted, Irene Montero. O al menos, la cuenta teclea desde el domicilio de esta persona. 

El asunto ya está judicializado. Está persona está demandada y el juez ha aceptado a trámite la demanda.  y por eso no puedo decir su nombre, no porque no quiera hacerlo, sino porque soy precavida. 

Por supuesto, su compañera de usted Irene Montero estaba al tanto de todo. Y lo sé porque yo misma me encargué de ponerle al tanto. No pude contactarle directamente. Pero me puse en contacto con muchísimas personas cercanas a Podemos, le escribí notas, le envié mensajes, le rogué que interviniera para que cesara el acoso. Ni caso. Su compañera Irene Montero seguía enviando cariñosísimos mensajes públicos vía Twitter hacia la persona desde cuya casa se organizaba un acoso.

¿Cómo puede usted tener el valor de quejarse de su acoso mientras que, a la vez, desde su partido, desde sus amistades, desde sus medios afines, se promociona el acoso a otras mujeres?

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Las campañas contra Podemos se han hecho a base de bulos y de fake news«.

Gracias a la campaña de bulos que los amigos de su mujer difundieron, y gracias también a las noticias falsas que publicaron su amiga Dina y su amigo Pedro Vallín, me quedé sin trabajo. 

Verá usted, yo he publicado dos libros desde entonces. Pero no han tenido repercusión.

Y es que cuando mi jefa de prensa llamaba a medios se encontraba siempre con un «no». En algún caso le dijeron de forma directa que «no iban a entrevistar a una plagiadora». Los medios que usted controlaba, obviamente, no me iban a dar trabajo. Y la «derecha mediática», como usted la llama, ya había recibido ese mail que había ustedes enviado a todos los medios. Enviado, por cierto, desde casa de la amiga íntima de su compañera.

¿Tiene usted ahora la desfachatez de quejarse de campañas de bulos?

Recuerdo que justo antes de la campaña de bulos que ustedes organizaron, me habían ofrecido trabajar de colaboradora en un medio. Pero las tornas cambiaron. De pronto, la subdirectora del medio dijo que «de ninguna manera trabajaría con esa plagiadora». («La plagiadora» era yo, y la frase es textual).  Nunca me han condenado por plagio pero ¿Importa la verdad cuando han hecho correr un bulo sobre ti?

Recuerdo que, desde Radio Nacional, la radio que yo pago con mis impuestos, una chica le dijo a mi jefa de prensa que no trabajara conmigo, que «le iba a crear mala reputación trabajar con una plagiadora». Se lo dijo la coordinadora del mismo programa donde ¡oh, sorpresa!, ¡oh, casualidad!, trabajaba entonces la persona desde en cuyo domicilio situó la policía la cuenta que había estado moviendo todas las falsas acusaciones contra mí. Sí, hablo de la amiga de su compañera.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «No puedo aceptar que se nos cuestione que hemos sido amenazados de muerte».

En plena campaña de acoso contra mí, hice un vídeo en mi perfil de Instagram.

Me dirigí de forma clara y expresa a la amiga de su compañera, a la amiga de Irene Montero. No dije su nombre, pero ella se dio por aludida. Le pedí que cesara en la campaña. Le dije que mi madre estaba enferma, que se estaba muriendo, (falleció poco después), que a mí me habían diagnosticado un cuadro de estrés agudo… y creo recordar que añadí que a mi hija le habían derivado al hospital Niño Jesús por otro cuadro de estrés. 

¿Sabe que dijo la amiga de Irene en su perfil? Sí, ésa a la que Irene llama en público «reina».

Que me hacía la víctima.

Eso dijo. 

¿De verdad usted no acepta que se cuestione que le amenazaron, pero desde su círculo puede cuestionarse lo que vivía yo? 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Sabían que yo era el candidato de la verdad».

¿Tiene usted la desfachatez de hablar de «periodismo honesto» cuando el panfleto La Última Hora, la hoja parroquial de Podemos, dirigido por su amiga íntima dijo que yo había iniciado una persecución contra las personas trans y que me habían condenado por plagio? ¿De verdad?

¿Tiene usted las narices de hablar de «verdad» cuando desde su círculo se inventan condenas con la mayor tranquilidad? Manda huevos, señor Iglesias.

 Como decía Tagore: La verdad no está de parte de quién grite más, sino de quien la tiene. Y ése no es usted.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Es muy fácil crear un rumor sobre alguien».

Que me lo digan a mí. Que no me voy a quitar nunca de encima el sambenito de plagiadora y tránsfoba que me han colgado ustedes. La diferencia es que a usted los rumores no le han hundido la vida. Recibe sueldo del estado, más lo que le pagan en la universidad, más lo que cobra por el podcast, más su paguita en la SER.

Usted mismo reconoce varias veces en el libro que vive muy bien y que cobra ahora más de lo que cobraba cuando era vicepresidente. (¡Y cobraba 80.000 euros al año!). Usted ha salido de esta historia muy bien colocado. Pero a mí los rumores que han sembrado ustedes casi me hunden.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Contra nosotros usaron todos los elementos del lawfare: bulo, mentira, manipulación. informes falsos «.

Lawfare:  palabro inglés creado para referirse al ataque contra oponentes utilizando indebidamente los procedimientos legales, para dar apariencia de legalidad. Justo lo que ustedes me hicieron a mí.

Porque recibí, creo recordar, cuatro denuncias penales en menos de un año. Y ¿quién era el bufete de abogados que las interponía? Pues no voy a decir el nombre porque les haría publicidad, pero baste decir que ustedes invitaron a los dos socios de ese bufete como ponentes a su fiesta de primavera en Valencia. 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Se limitan a repetir repetir, repetir, repetir en bucle los marcos en los mensajes». 

Eso dice usted sobre «la derecha mediática». Pues mire, exactamente lo que me hicieron a mí.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «A mí me llaman chepudo y rata». 

A mí me llaman ustedes plagiadora, acosadora y terfa

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Con nosotros no hubo solidaridad»

Contra mí ustedes organizaron un acoso.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Vengo de dónde vengo y en mi cultura a los fascistas se les hace frente con todo».

Eso dice usted. El problema es que cuando ustedes señalan a una persona como «fascista», (y fascista es cualquiera que no les baile a ustedes el agua) ya se consideran legitimados para «hacerles frente con todo». Con bulos, con agresiones físicas, con pedradas, con mentiras, con campañas de desprestigio, o con lo que sea menester.

Si yo hubiera sido la única acosada pensaría que pudo deberse a una cuestión personal – y, en gran parte, pienso que se debió a una cuestión personal-  pero no fui la única. La ilustradora Laura Strego fue golpeada en la calle después de que el mismo grupo que me señalaba a mí le señalará también a ella.

Repito: No puede usted quejarse de acoso cuando ustedes han incitado al acoso y derribo de cualquier voz crítica a sus leyes. Y criticar una ley es un derecho democrático, no es transfobia. Personas como ustedes, que impiden el ejercicio democrático de la libertad de expresión solo tienen un nombre: fascistas. Los fascistas son ustedes.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Vengo de dónde vengo» (lo repite usted varias veces).

Pero vamos a contextualizar ese «vengo de dónde vengo».

Y ¿de dónde viene usted? Pues usted es un niñato pijo. Yo nunca he negado que provengo de familia de clase media, pero dejé mi casa a los 18 años y trabajo desde entonces y con el dinero que gané trabajando me pagué no una carrera, sino dos. Mis padres no tuvieron que mantenerme.

Usted se hizo la carrera en la comodidad de su hogar, a cama hecha y mesa puesta, mientras a usted le mantenían en casa. Luego entró a trabajar en la Universidad gracias a los contactos de papá, amigo de José Bono y de Gregorio Peces Barba. No tuvo usted que compartir piso ni buscarse la vida.  No tuvo ni que pagar alquiler.

Le dejaron sus papás la casa de la abuela, 80 metros cuadrados, sitos ni más ni menos que en la «pijolandia» de Vallecas, como la llaman allí, en su ex barrio. La «pijolandia» es esa urba con parking y zonas ajardinadas, un entorno residencial atravesado de calles de poetas y escritores. Que sí, que vivía usted en Vallecas, pero en lo mejorcito de Vallecas y en una casa grande y cuidada.

Entretanto, en la Universidad, se hizo usted su grupito de niños pijos. Las hermanas Serra, hijas de Fernando Serra, que no es precisamente pobre, niñas pijas que lo tenían todo e incluso más. Por tenerlo todo, tenían hasta el signo distintivo de las cayetanas madrileñas: clases de equitación en las escuelas más caras de Madrid. Ramón Espinar, hijo del que fuera alcalde de Leganés entre 1979 y 1983, presidente de la Asamblea de Madrid y más tarde consejero del Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Carolina Bescansa, de la dinastía Bescansa- sí, la de los laboratorios-, que vivía en aquel palacete de Galapagar donde ustedes montaban las fiestas antes de contar con chaletaco propio. Errejón, residente nada más y nada menos que en Arauca, el barrio madrileño con mayor renta per cápita de Madrid, e hijo de un TSAE, grupo A de la Administración, de los cuerpos mejor pagados de la función pública. ¡70.000 euros al año ni más ni menos gana el papá de Errejón! 

Ninguno de ellos había trabajado nunca ni había compartido piso. Ninguno de ellos sabe lo que es presentarse a un examen sin haber dormido porque te has pasado la noche poniendo copas para poder pagar el alquiler. Ninguno de ellos sabe lo que es pasarse diez días comiendo pasta porque a día 20 ya no te queda dinero para otra cosa.  Todos ellos vivieron con papá y mamá hasta que dejaron de vivir de sus padres para pasar a vivir de la política. 

¿Por qué a una panda de niñatos pijos les da por erigirse en defensores de una clase obrera a la que no han visto ni en foto y con la que no han interactuado jamás? No sé, cosas del Edipo y la definición por oposición, supongo.  

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Fueron a por mí por ser el hijo y nieto de quien soy».

Y no me venga echando sermones de que su papá era antifranquista y de que usted lo lleva en la sangre.  Durante la dictadura mi hermana estuvo en la LCR, mi padre en Izquierda Democrática y mi hermano en la Liga Trotskista.  Y eso no me hace ni mejor ni peor. La honestidad o la dignidad no se hereda, se la trabaja uno.

Usted vivía, como digo en un endogrupo, en un mini grupo, en una burbujita de hijos de papá jugando a anticapitalistas. Y cuanto más pequeño es el endogrupo menos posibilidades hay de entender lo que pasa fuera. No tiene ni idea de lo que es clase obrera a la que usted pretende defender porque usted nunca ha tenido que currar. No entiende lo que es el problema de la vivienda en España porque vivía muy feliz en la casita heredada de su abuela. No sabe lo que es aguantar a un jefe tiránico porque a usted le colocaron en la universidad los contactos de su padre. Justo como lo cuenta en su libro: usted era muy feliz bebiendo cervezas y saliendo en moto por Madrid. 

Tengo amigas que no han podido pagarse una carrera y han empezado a trabajar a los 18 años en una tienda de ropa para ayudar a sus padres. Tengo amigas que se han pagado la carrera trabajando en Burger King. Yo, como le digo, no vengo de familia pobre, pero puedo alardear de que trabajé desde los 18 años y me pagué desde entonces mi carrera. No nos venga echando sermones, señor Iglesias, ni alardeando de pasado antifascista ni de pureza de sangre.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «La condición básica para poder entrar en La Sexta es que a Ferreras no se le puede criticar».

No, señor Iglesias, no: la condición básica para entrar en La Sexta es no criticar la ley trans. Una persona que haya sido crítica con la ley trans se encuentra con que jamás se le va a permitir hablar en un medio como la Sexta, RNE, Público, El diario, y demás medios afines al gobierno de coalición. No se confunda usted.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Lo cómodo es escribir artículos y encima te pagan por hacerlo y lo duro es estar ahí dando la cara«. 

Como siempre, usted no tiene ni idea de lo que es el mundo real. Muchísimos periodistas de este país no cobran nada, pero nada, por artículo.  A los afortunados que sí cobran, los artículos se los están pagando a 80 o 100 €.

En el improbable caso de que alguien consiga que le paguen 10 artículos al mes y cobre 1000 € al mes le toca pagar 294 de autónomos. Repito: un periodista puede estar cobrando setecientos al mes, si llega a cobrarlos.  La gran mayoría de las periodistas que tienen la edad de usted no pueden sobrevivir, y compaginan ese trabajo con otros. Dan clases, ponen copas y alguna incluso cuida niños.

Sí, a su amigo Maestre le pagan mucho más, por supuesto, pero porque es amigo suyo, de usted.  Y a usted le pagan una salvajada en la SER porque…. No sé, me gustaría que usted me lo explicara. ¿Por qué le pagan a usted mucho, muchísimo más; ¿que a cualquier otro colaborador? Usted mismo reconoce en el libro que gracias a colaboraciones cobra más ahora que cuando era vicepresidente… ¿Me explica, por favor, cómo puede usted cobrar ahora más que cuando era vicepresidente si como presidente cobraba casi 80.000 euros al año?

En cuanto a que «usted ha dado la» cara, ¿qué cara ha dado usted, amén de la cara de cemento armado? La cara la hemos dado mujeres a las que nos han intentado agredir por la calle. No pijazos como usted encastillados en su mansión de Galapagar, con escoltas en casa y guardias civiles en la puerta. 

FRASES TEXTUALES DE SU LIBRO: «Que mis hijos se puedan bañar en la piscina conmigo es un privilegio que me puedo permitir y al que no quiero renunciar. Así de claro». «Mis hijos serán hijos de unos padres con buenos salarios y herencias.» 

¿No eran ustedes los que nos vendieron la moto de que iban a donar la mitad de sus salarios?  

¿No eran ustedes los que nos vendieron que Clemente Montero, mozo de mudanzas, padre de Irene era » la encarnación de la clase trabajadora», como le definían en un artículo?  ¿Me explica usted cómo un mozo de mudanzas le deja a su hija una finca urbana, una finca rústica y un almacén, y además 245.000 euros? ¿Cómo puede ser que Irene Montero haya heredado casi medio millón de euros? 

Nos engañaron como a una turista paraguaya.

Pero no se vayan, que aún hay más…

No explica usted en su libro cómo le dejan a usted a un precio irrisorio un chalet con piscina y parcela de 2.500 metros en Galapagar. ¿Cómo consiguen encontrar esa casa por 600.000 euros cuando su precio, en principio, ronda el millón?

No explican ustedes cómo consiguen una hipoteca en unas condiciones que no habría conseguido ninguna otra pareja de treintañeros del país. No explican ustedes cómo la consiguen precisamente en la Caja de Ingenieros, afín al independentismo catalán. 

Y muchos nos preguntamos ¿cómo consiguieron ustedes una mansión a un precio irrisorio gracias a una hipoteca otorgada en unas condiciones imposibles para cualquier otro ciudadano español? ¿Qué favores les han pagado a ustedes, y quiénes se los han pagado? 

Y, sobre todo, no explican ustedes por qué precisamente eligen ir a vivir a uno de los municipios más ricos de España. A Galapagar, fíjese, el municipio en el puesto número 87 en el ranking de renta bruta declarada de toda España. El número 87 entre más de 8.000 municipios.  

Porque si lo que querían era vivir en el campo tranquilos y retirados del mundanal ruido, como dice usted en el libro, ustedes podrían haber encontrado una casa mucho más grande en Navas del Rey, en Pelayas de la Presa o en San Martín por exactamente la mitad de dinero. No le digo ya en Colmenar de Oreja o Fuentidueña, donde la misma casa con una parcela más grande no llega a 200.00 euros.  Mi impresión es que, acostumbrados a codearse con la burguesía de postín y el pijerio ecofriendly, no querían rodearse de inmigrantes latinos, faltaba más. 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Nosotros hemos venido a defender los derechos de las mujeres y a acabar con la ley mordaza»  

¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres es negar su misma existencia?  ¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres es que una ministra de Igualdad día que no tiene claro lo que es una mujer?  ¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres es negar la existencia de espacios seguros para mujeres? ¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres es destinar los 525 millones de presupuesto del Ministerio de Igualdad a la lucha transactivista de forma que en Madrid no hay plazas en las casas de acogida para mujeres maltratadas y Cáritas dice que no da abasto? 

¿Cree usted que los derechos de las mujeres se defienden llamando «basura tránsfoba» a 10.000 mujeres que fueron a reclamar al ministerio de igualdad que Irene les escuchara, porque ni siquiera se dignó a recibir – simplemente a recibir a la Confluencia Feminista?  ¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres encontrarse el ocho de marzo con una contramanifestación de casi 30.000 personas y aun así negarse a recibir a las mujeres y escuchar su punto de vista? 

¿Cree usted que defender los derechos de las mujeres es agredir a unas chicas con una navaja porque portaban una pancarta en la que se leía abolición de la prostitución? Porque eso es lo que hizo el equipo de seguridad de Podemos en la manifestación del 8 de marzo. 

Y no se confunda, como dice Chanel: ustedes nunca han representado a la izquierda. Defender la coronación y hormonación de niñas no es izquierda, hacerles el juego a los lobbys farmacéuticos no es izquierda, negar el materialismo marxista no es izquierda, negar la libertad de expresión no es izquierda. Es haberse vendido a unos intereses millonarios, eso es todo 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Lo que marca la diferencia de Irene Montero es su manera insobornable de entender la lealtad»

Lealtad a sus amigos y colegas será, pero no otra cosa. Irene Montero ha traicionado al feminismo que le votó. Bien sabedora de que una ley trans a la canadiense no iba a ser aceptada nunca por la Confluencia Feminista que la apoyó, en campaña nunca mencionó siquiera la intención de sacar adelante dicha ley.  ¿No se pregunta usted por qué es la ministra peor valorada? 

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «No hay derecho a que una persona crea que unas fotos suyas en tetas pueden quedarse en manos de gente sin escrúpulos». 

Aparte de lo poco elegante de referirse a las fotos de una subordinada de usted como «fotos en tetas», precisamente por eso le tenía que haber devuelto usted esas «fotos en tetas» a su propietaria.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Decidí no devolverle a Dina la tarjeta,  actué de forma paternalista sin duda».

No, no actuó usted de forma paternalista.

Cometió usted dos delitos.

Uno: Delito de receptación de bienes robados. Pues deja usted claro en el libro que cuando Asensio le pasa a usted la tarjeta de Dina, usted sabe que la tarjeta es robada,

Dos. Delito de revelación de secretos. Pues deja usted claro en el libro que cuando Asensio le pasa a usted la tarjeta de Dina, le explica que dentro hay fotos íntimas. Y, aun así, usted abre la tarjeta y verifica su contenido. Por eso usted sabe que son «fotos en tetas»,

No ha sido usted juzgado por ello porque Dina ha decidido no denunciarle. Pero usted admite que lo hizo.

Piense, señor Iglesias: Si llega a mí, por casualidad la tarjeta de memoria de, digamos, Sonia Sierra, colaboradora de este medio, y descubro que hay fotos «en tetas» de Sonia, y me quedo con ellas, y no aviso inmediatamente a Sonia… ¿Qué cree que iba a pensar la gente? Pues o bien que yo pretendo chantajear a Sonia o bien que me gusta Sonia y quiero quedarme con sus fotos para oscuros juegos privados.

Ahora imagine que es lo primero que he pensado cuando usted admite en el libro que se quedó con la tarjeta de memoria y no se la devolvió a su legítima propietaria.

FRASE TEXTUAL DE SU LIBRO: «Muchas comprendieron que si nos hacían lo que nos hacían es porque eran más capaces de llegar más lejos que nadie.»  

No, perdone. A mí no me acosaron ustedes porque creían que iba a llegar más lejos que nadie. Yo era y soy una mindundi a la que no sigue casi nadie. Me acosaron porque no toleran la disidencia, porque están imbuidos de un pensamiento endogrupal y sectario en el cual cualquier persona que no piense exactamente como ustedes no tiene derecho a existir. 

¿A ustedes se les presentan radicales fanáticos montándole el numerito a la puerta de casa? Sí, porque ellos piensan exactamente como piensan ustedes y en realidad sus comportamientos, los de ellos y los de ustedes, se reflejan como espejos. Ellos defienden a su grupo y ustedes defienden al suyo. Ellos creen que es legítimo acosar a quien no piense como ellos y ustedes piensan exactamente lo mismo. Pero no es que ellos les teman a ustedes ni piensen que ustedes van a llegar más lejos que nadie. Simplemente se comportan como simios que se pelean con los simios del grupo rival. Pandillas de monos rivales peleando por una banana. 

Si le hubieran aprovechado algo las clases de psicología social en la carrera lo habría entendido usted hace tiempo. 

Pero de su libro he deducido que usted es mucho menos culto de lo que quiere aparentar.

Y desde luego, de su libro he deducido que es usted, básicamente, un ególatra, un mentiroso y un hipócrita. 

VISTO EN THE OBJECTIVE