Es un reportaje del año 2011, pero tiene vigencia todavía y las cosas les van a mejor incluso, eso es lo que tienen estos países, que indiferentemente de cual sea el signo de su política, tienden a respetarse entre los ciudadanos y tienden sobre todo a vivir lo mejor posible, acometiendo los problemas y dándoles casi siempre una respuesta pragmática y coherente para la mejor convivencia y bienestar individual posible, dentro de esa convivencia común prioritaria. Como todo el mundo, tienen sus problemas, ahora, ojalá tendríamos nosotros esos problemas, aquí, en España, se empecinan en convencernos que tenemos los socorridos brotes verdes que ya salimos de lo malo, que ya hay luz al final del túnel (por cierto, luz que también pagaremos nosotros, los paganinis) y, en fin, que nos convencen que lo mejor es el capitalismo salvaje, que los mercados son el nuevo Dios, que no, que no es eso que dicen los malditos "comunistas", que los mercados son ese corral de gallinas con la zorra dentro, y que, lo que debe de imperar es la total libertad, y claro, al final, la zorra se va comiendo las gallinas poco a poco hasta que no quedará ninguna. En esas estamos.
Quizás no estaría mal que nos volviesen a invadir los vikingos, ahora bien, que tengan mucho cuidado, que vienen, se quedan y al final acaban los pobres como nosotros, a merced de esa devoradora impresentable que nos ha puesto la más voraz banca alemana frau Angela. Seguro que acabamos convenciéndolos de nuestros desvaríos y acaban arruinados.
Es el país que mejor
funciona de Europa. Crece, no tiene paro, su deuda es mínima y está en cabeza
de las clasificaciones sobre desarrollo humano. Es una sociedad que ha
reconciliado el individualismo de sus habitantes con una idea de proyecto en
común. Y ha triunfado. El petróleo ha hecho el resto. El atentado del mes de
julio indica que la integración de la inmigración es su asignatura pendiente.
Así es la potencia más silenciosa.
Sencilla en su complejidad como ocurre
siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un
inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un
despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensionistas en atuendo
deportivo; con nueve siglos de historia, la catedral luterana de Stavanger, en
la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su
interior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del
suelo crujen bajo los pasos de los fieles, es el mejor reflejo del frugal
estilo escandinavo de interpretar la vida, donde el lujo y el alarde son un
pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colores de este país: de su
cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su
gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de
Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entorno, los
uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. "No
pienses que eres especial", rezaba la filosofía igualitarista del país.
El ministerio
de Igualdad tiene un presupuesto de 1.000 euros por habitante
Este centenario templo de Stavanger
encierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de
madera como en las iglesias católicas donde los devotos se amontonan codo con
codo. Aquí cada fiel ocupa una amplia e idéntica silla individual de asiento
mullido con un pequeño espacio para que descanse el breviario sin molestar al
vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto físico entre los devotos. Si la
vista desciende un poco, se percibe que todas están unidas con abrazaderas
metálicas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de
su fila. TODO EL REPORTAJE
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