lunes, 28 de mayo de 2018

MUJERES QUE YA NO SUFREN POR AMOR


Consejos feministas para desenamorarse

La académica Coral Herrera publica 'Mujeres que ya no sufren por amor', un ensayo-invitación a sufrir menos por amor. Para ello propone la necesidad de despojarse de roles heredados y desembarazarse del mito del amor romántico.

Qué bonito es el amor, sobre todo en primavera. La posibilidad de tomar una mano y pasear ufano bajo el influjo de las gramíneas se antoja, a todas luces, deseable. Conviene, eso sí, huir de mitologías heredadas, de veleidosos cupidos y postales hollywoodienses ricas en tortolismo. “¿Qué tal si desterramos, de una vez por todas, al príncipe azul de nuestras vidas o, mejor dicho, de nuestros sueños?”, se pregunta oportuna Coral Herrera, experta en teoría de género y          autora de Mujeres que ya no sufren por amor (Catarata).
La respuesta, como el amor, está en el aire. En este mismo momento y sin temor a conjeturar, mujeres de todo el mundo sufren por amor soñando con un modelo de hombre que no existe, una suerte de príncipe azul que las rescate y proteja con su reluciente espada patriarcal. Una utopía individual que, en palabras de Herrera, no hace sino acrecentar “esa suerte de dependencia consistente en vivir esperando una salvación que nunca llega”.
Se trata, a fin de cuentas, de reinventar el mito del amor romántico, de entender que otra forma de relacionarse es posible. “Se trata —centra la autora— de que asumamos de una vez por todas que lo romántico es político y que el amor no es una cosa que nos venga dada, sino que es una construcción”. Y como tal, se podría añadir, urge de una rehabilitación en profundidad, cuando no directamente de una demolición que nos permita partir de cero.
Del príncipe azul al mutilado sentimental...

miércoles, 16 de mayo de 2018

DECADENCIA

La matanza

Esta costumbre de acuchillar toros en público con mayor o menor destreza está en plena decadencia


Más allá de la crueldad, la corrida de toros como diversión es ante todo un espectáculo rancio y anacrónico, que ya no está a la altura de los tiempos, según el concepto utilizado por Ortega para expresar unas ideas, creencias y hábitos, que no se corresponden con el espíritu moderno. La fiesta taurina es el residuo de un costumbrismo chungo, que ha pervivido hasta hoy arrastrando desde el fondo del siglo XIX toda la caspa  española consolidada.
En este sentido, la Feria de San Isidro solo es compatible con los escaparates galdosianos del viejo Madrid donde aún se exponen bragueros y suspensorios de estameña, lavativas y aparatos ortopédicos que ya nadie usa. Pese a que ahora para parecer modernos en los carteles de la feria se exhiben toreros con el torso desnudo lleno de tatuajes como esos metrosexuales, que anuncian perfumes o calzoncillos en las vallas, lo cierto es que este sangriento jolgorio llamado fiesta nacional tiene un sabor a caldo revenido cuya estética es consustancial al tiempo de las cataplasmas, del permanganato, de los calzones largos de felpa, del orinal bajo la cama o de aquel colchón de borra que los aficionados menesterosos llevaban a la casa de empeños para ver Lagartijo. Esta costumbre de acuchillar toros en público con mayor o menor destreza está en plena decadencia, pero aún recibe el aliento de la derecha castiza que la ha declarado bien de interés cultural como una prueba más de la putrefacción política en que vivimos. El hecho de que unos ministros del Partido Popular canten con fervor Soy el novio de la muerte al paso de la procesión de un Cristo muerto llevado por brazos legionarios no es muy distinto a que, después de una sarta de puyazos, estocadas y descabellos, se aplauda con entusiasmo desde una barrera de Las Ventas a un toro ensangrentado, que se llevan al desolladero las mulillas.
VISTO EN EL PAÍS