En el Far West, la tierra mítica donde los cielos corren rápido, hay indios
al acecho y ‘saloons’ en cada villa. Una realidad construida a través de los
wésterns y sus clichés
Una exposición en el Museo Thyssen revisita, a través del arte, los
arquetipos que construyeron el sueño de la conquista norteamericana
Si hay alguna imagen que todos atesoramos como memoria colectiva como recuerdo compartido y pertenencia
–aunque paradójicamente sea de otros–, es la del Lejano Oeste. Son los espacios
abiertos, surcados por el viento y los búfalos que de una forma inesperada
desvela una mañana el cielo alto de Chicago –incluso en medio de un despliegue
tan portentoso de arquitectura–; nubes que corren más deprisa que la mirada;
aire que sopla por un país entero, que lo atraviesa desbocado por las grandes
llanuras como los búfalos, y que tarda kilómetros y kilómetros en encontrar un
sistema montañoso que lo amortigüe y lo domestique. La forma de nombrar es
elocuente en Estados Unidos: hay una pequeña franja al este y otra en su
extremo opuesto –California y el resto de Estados del Pacífico–. Entre medias,
indómito, lleno de superficies infinitas, un lugar extraordinario: el Medio
Oeste, la tierra mítica y que todos conocemos por los westerns películas que desde la infancia nos acompañan como
una imagen martilleante de la construcción de estereotipos, como ocurre en
el cine de Hollywood. Es la tierra prometida para los
colonos y el final de una civilización para los nativos americanos y hasta para
las tierras que habitaban, ya que poco a poco los cultivos fueron domesticando
las praderas inconmensurables.
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