miércoles, 15 de abril de 2015

¿ MAYORES DE EDAD ? "SEMOS O NO SEMOS"


La cuestión de Dios

La modernidad rechaza pensar sobre la inmortalidad, pero acepta como verdades mitos indemostrables



La Iglesia está de moda. También la religión, aunque sea como fenómeno sociológico que estudiar, o como institución de la que sospechar, o sobre todo como fuente pretendidamente infalible de moral práctica. Porque en su variante crítica procura una doctrina para liberar al ser humano de la injusticia desde ya. Y en su variante tradicional, para controlarle y consolarle, tal como predica el papado.

En cambio, curiosamente, Dios no está de moda en el pensamiento occidental desde hace un par de siglos. Tanto es así que el asunto de la trascendencia del ser humano individual más allá del mundo empírico fue declarada hace ya tiempo como una “no cuestión”, como algo que estaba excluido a priori del debate: preguntarse por el sentido trascendente de la vida era un puro sinsentido porque su simple proposición incumplía cualesquiera principios de verificación o de falsificación.

Y, sin embargo, aún excluida del ámbito de lo pensable, esa es la cuestión siempre válida para muchas personas: la cuestión del ser más allá, de seguir siendo, de no dejar de ser, como lo expresó Unamuno. Y esa cuestión conecta inevitablemente con la cuestión de Dios. No de la Iglesia, ni siquiera de la religión, sino de Dios en cuanto posibilidad de trascendencia.

 Creemos en la igualdad de los hombres porque queremos creer, no porque sea demostrable

Algunos atípicos pensadores de nuestra modernidad han advertido hace tiempo esta ausencia y han recordado que, al lado de la razón, está la imperiosa necesidad del mito para nuestra existencia. “Una cosa es la verdad, y otra distinta es cómo es posible vivir con la verdad. Para fines cognitivos tenemos el conocimiento, pero para fines vitales tenemos historias, tenemos mitos. Porque el conocimiento tiene que ver con la verdad y el error, mientras que las historias con la dicha y la desdicha”, escribía Odo Marquard en Adiós a los principios.

Otros, como Leszek Kolakowski, han subrayado que el pensamiento moderno ha decretado la limitación de la razón a lo empírico sin mayor autoridad que la de su propio dictum: “El argumento de los racionalistas empiristas de que las creencias religiosas son empíricamente vacías y su veredicto de que, por ello, son carentes de sentido, depende de que exista un criterio trascendentalmente válido de lo que es tener sentido que haga coincidir sentido y mundo empírico”. Y es que la modernidad occidental da por hecho y concluido —caso cerrado— que el mundo empírico agota el mundo de la razón, como Javier Gomá ha señalado brillantemente, de manera que pensar más allá no sería pensar, sino otra cosa. Y esa otra cosa le huele al mundo moderno a superstición, a ponerse de rodillas ante instancias heterónomas, a claudicación de la dignidad de la conciencia. Por eso… mejor dejarlo.

 El rechazo a la cuestión de Dios parece derivar sólo del miedo a abdicar de nuestra autonomía moral

 Y es que lo incómodo de la cuestión de Dios no es —por mucho que se diga— el que se trate de una cuestión no verificable, de una posible verdad sin prueba empírica. Porque, si de eso se tratara, sería inexplicable que la modernidad viviera orgullosa en las sociedades que ha creado, unas sociedades democráticas fundadas en puros mitos indemostrables, en verdades afirmadas pero no susceptibles de comprobación alguna. Por mucho que intentemos disfrazar nuestras democracias constitucionales como un conjunto de reglas puramente procedimentales, lo cierto es que están ancladas en una verdad dogmática exenta de debate: la de la igual dignidad de todos los seres humanos. Los padres fundadores decían ya que “sostenemos como verdades evidentes por sí mismas que todos los seres humanos han sido dotados por su Creador de igual dignidad”, pero eso era y es —entonces como ahora— cualquier cosa… menos evidente. No es posible validar de manera convincente la dignidad igual de todos los seres humanos dentro de un concepto naturalista del hombre. Es una afirmación epistemológicamente carente de sentido para cualquier filósofo analítico o empirista. Es un mito, una verdad revelada, un cuento precioso que creemos con fervor... pero porque queremos creerlo (y porque nos permite vivir decentemente), no porque sea demostrable.

¿Por qué entonces se rechaza en esta misma modernidad la posibilidad misma de pensar acerca de la inmortalidad del hombre, de la posibilidad de Dios? Que de Dios se haya usado y abusado, que se nos lo presente usualmente en Occidente como un paquete cerrado de “ser supremo-revelación-verdad monopolizada-institución guía” en donde se toma o se deja el lote completo, todo ello es histórico y cultural y no dice nada a favor o en contra de la cuestión misma de Dios. Más bien sucede que el rechazo a esa cuestión parece derivar sólo de nuestro miedo a abdicar de nuestra autonomía moral. Hablar de Dios parece contradecir al principio ilustrado de “hacerse de una vez mayor de edad”. Pero si ya lo somos, si nadie nos encadenará de nuevo a la superstición, ¿cómo es que no podemos hablar de nuevo del asunto en cuestión? ¿Tan inseguros estamos acerca de esa nuestra mayoría de edad?

José María Ruiz Soroa es abogado.

FUENTE: EL PAÍS

lunes, 13 de abril de 2015

BE GOOD MY FRIEND

Si lo lees te puede fastidiar la vida, según la ves en estos momentos, pero si quieres saber la verdad y luego ya harás lo que tu quieras, este es un libro que te abre las carnes.

Y si luego ya ves el documental: https://www.youtube.com/watch?v=ZzvK5uLu7F0
Es que eres una persona con principios y, eso puede ser muy peligroso para ti en este tipo de vida que llevamos en este mundo de "grandes valores".

ENTREVISTA A MELANIE JOY EN VEGETARIANISMO.NET

domingo, 5 de abril de 2015

LA SUBASTA

SIEMPRE HABRÁ UN BUEN TIESTO  PARA UNA BUENA MIERDA 
O LA VIDA ES UNA BARCA , COMO DIJO CALDERÓN DE LA MIERDA
I

viernes, 3 de abril de 2015

CUENTO TRADICIONAL SUECO



Olav Brutolsen era el más terrible de los vikingos. Fuerte y fajado en muchas batallas , era el prototipo de guerrero al que todos temian. Con sus propios brazos era capaz de luchar contra un toro y vencerle en unos pocos segundos. Y para que todos le conocieran y distinguieran, llevaba adornados su casco y su capa con los trofeos de sus victorias: más de cien colgantes cosidos a su capa  y mil piedras preciosas colgando de sus hombros, una por cada uno de los enemigos derrotados.
En su ciudad todos se apartaban a su paso, pues tan grande era su fama, como su orgullo y engreimiento , llego a creerse directamente descendiente de algun dios de la guerra, y tan fanfarron llego a ser, que se pasaba el dia provocando a cuantos se le cruzaban , esperando a que algun incauto aceptase su reto.

 Pero cierto día, un joven que silbaba  despistado, ensimismado jugando con una fina vara de avellano se cruzó en su camino y le hizo tropezar. Furioso, Olav le increpó y le desafió a un combate a muerte. El muchacho no era mas que un pastorcito, un crio de apenas dieciseis años, desnutrido y harapiento, pero ni por esas el vikingo se apiado de el, empezo a provocarle y insultarle , diciendo que si no aceptaba el reto, acabaria con toda su familia, uno a uno. El delgaducho joven no tenía elección, así que sólo puso una condición.
- Puesto que no veo muy bien y no te conozco, porque estoy de paso por este pueblo, necesito que lleves el casco y la capa durante la lucha, para poder distinguirte. 

El casco del guerrero era un pesado yelmo de metal, con un aguila coronandolo a modo de penacho, adornado tambien con pesadas incrustaciones de pedreria, al igual que su capa, llena como ya hemos dicho de colgantes cosidos, cientos de amuletos y piedras preciosas, robadas a todos los vencidos.
Por si fuera poco, el hacha de batalla del guerrero era una pesada mole de metal, con un largo mango de roble, y el guerrero no prescindia tampoco de su escudo, una pesada rodela de tilo, adornada por incrustaciones de metal tachonado.
Olav lanzó una risotada y aceptó orgulloso aquella estúpida condición. Se puso su casco, y ciño al cuello su capa,tomando la pesada hacha en su mano diestra y el escudo en la zurda, justo antes de lanzarse sobre el joven para destrozarlo. El chico, ágil, se escabulló por poco, como arma contaba unicamente con la fina varita de avelano, con laque fustigo en las piernas al guerrero, haciendola reestallar en el aire como un latigo.. Lo mismo ocurrió con las siguientes embestidas de Olav, y según iba pasando el tiempo, cada vez esquivaba al gigantón más fácilmente, danzando alrrededor de el a saltos, y sin parar de propinarle dolorosos fustazos con la fina vara en los brazos y piernas, que descubiertos, no tardaron en llenarse de finos y sangrantes cortes. Aunque nadie podía creer que aguantase tanto, todos esperaban que con el primer golpe el joven caería muerto. Al fin de cuentas, los muertos por el poderoso Olav se contaban por docenas.
Ese golpe no llegó nunca. Olav estuvo luchando poco más de cinco minutos, y a los diez cayó como muerto. Ensangrentadas las piernas y los brazos, yacia tendido en el suelo, cubierto de sangre y casi sin resuello. El joven no tuvo mas que poner un pie sobre su pecho y declararse vencedor.

Muchos pensaron entonces que aquel joven era un brujo o un hechicero, pero Virtensen, que así se llamaba el despistado mozalbete que segun muchos nunca fue mas que un humilde cabrero, eso si, muy acostumbrado a correr de peña en peña tras sus esquivas y caprichosas cabras, mostró a todos que el orgullo y la ostentación del vikingo fuero más que suficientes para que cayera desmayado bajo el peso del casco y la capa. Olav, como buen guerrero, aceptó su derrota al despertar, y desde entonces cambió los símbolos inútiles y superfluos por la austeridad, pasando en todas partes como uno de tantos. En todas, menos en el campo de batalla, donde no se le reconocía por sus armas ornadas, espadas o capas, sino por una fiereza sin igual. Se dice que luchaba con lo imprescindible, tan solo hacha y escudo, a pecho descubierto, y que desde ese dia, su divisa de guerra era la cabeza de un macho cabrio dibujada en su escudo. Quiza aprendiese una dolorosa leccion, a veces la astucia vence a la fuerza.

ENCONTRÉ este cuento en una revista, puse el título para buscarlo en Internet y me salió este blog que se dedica a profundizar en la cultura nórdica, sin duda un muy buen blog


jueves, 2 de abril de 2015

HISTORIA DE UNA CHAQUETA


La chaqueta de su padre, que en realidad era de su abuela, era una copia de la que llevaba el pianista de ABBA



Es azul marino, con solapas de esmoquin de raso, el borde recto y toda la superficie bordada con lentejuelas pequeñitas de reflejos plateados.
Es vieja. En 1976, una señora con más ínfulas que dinero se la encargó a una modista de su barrio para lucirla en la boda de una sobrina suya. Era la época dorada de ABBA, aquel grupo sueco de extravagante vestuario que a cualquier señora bien, elegante de verdad, le parecían una pandilla de horteras. Ella, en cambio, recortó con disimulo una foto del pianista de un número de ¡Hola! que había estado ojeando en la peluquería.
–Esto quiero que me hagas, pero blanca no, de otro color…