martes, 14 de enero de 2014

NO CALIFORNICATION Y EL EMPERADOR DE LOS ÚTEROS AJENOS


Almas
Los creyentes más obsesos, que se oponen radicalmente al aborto, no piensan en la biología sino en la teología

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   Salud

La creencia religiosa da por sentado que Dios inserta un alma en el útero de la mujer en el instante mismo de la concepción. Entre los millones de espermatozoides que luchan por conquistar un óvulo femenino solo uno alcanza la victoria. El resto se va por el sumidero, sin que ningún teólogo se escandalice por semejante desperdicio. Se supone que el creador del universo está pendiente de cada una de esas feroces escaladas que se producen a través de infinitas vaginas a lo ancho de este mundo e incluso, tal vez, en millones de planetas habitados de otras infinitas galaxias. En cuanto se realiza la fusión del gameto masculino con el gameto femenino el creador corona esa nueva célula, llamada cigoto, con un alma, pero, al parecer, deja de interesarse por el destino que a esta le espera el día de mañana. Ese cigoto con el tiempo podrá desarrollarse en forma de asesino, de santo, de banquero o de mendigo. Los creyentes más obsesos, que se oponen radicalmente al aborto, no piensan en la biología sino en la teología, aunque para enmascarar su fanatismo religioso sustituyen la palabra alma por la palabra vida. El cigoto tiene derecho a la vida, puesto que Dios le ha inoculado un alma. Solo queda por saber qué sucede con ella cuando se produce un aborto espontáneo. Puede que vuelva al almario común y el creador la aplique a otra pareja que acaba de celebrar un coito triunfal, y el alma que en la primera entrega iba para notario, en la segunda se quede en un simple chapista. En realidad toda esta locura teológica sirve de pretexto hipócrita para reducir a las mujeres al papel de meras incubadoras y negarles el derecho a disponer de su cuerpo durante los primeros meses de embarazo. Como en tiempos del franquismo más siniestro algunas señoras enjoyadas, que gritan detrás de una pancarta contra el aborto, acompañarán a sus hijas adolescentes a un país civilizado para solucionarles el problema, pero otras infelices se verán obligadas, como entonces, a subir por una escalera costrosa hasta un cuchitril clandestino donde les espera una vieja con una aguja saquera y una palangana abollada, gracias a unos políticos de la derecha más reaccionaria, abducidos por unos clérigos inmisericordes que nos están devolviendo a patadas a la España más negra.

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¿Quién se atreve?
Desde esa inviolabilidad civil y eclesiástica a la vez, domesticar el sexo de ellas. Colocar una frontera de concertinas entre la voluntad de las mujeres y su vientre

Gallardón, el emperador de los úteros. Parece una cosa medieval. La historia de un hombre que sueña con pastorear el órgano reproductor de las hembras. Y que lo consigue. ¿Hay perversión mayor? Poseer un corral del tamaño de un país en el que permanezcan encerradas las vaginas de las mujeres, sus matrices, sus trompas de Falopio, los óvulos que desde las trompas ruedan hasta esa dimensión sagrada (“el aborto es sagrado”); tomar venganza de no haberse dado a luz a sí mismo; regresar, ahora como tirano, al paraíso del que se fue desalojado al nacer. Y sin el peligro de acabar en la cárcel como esos monstruos que raptan a las jóvenes y las reducen en sus sótanos a un ganado doméstico; como esos piernas sin educación que las animalizan hasta que las chicas logran asomar una mano por la ventana para escándalo de las sociedades biempensantes, que tanto hacen sin embargo para favorecer la dominación descrita más arriba.
No, no. Las cosas bien hechas: desde el corazón de la ley, desde la autoridad que proporciona ser el ministro de Justicia y exhibiendo, por si fuera poco, maneras de cardenal, de príncipe, manifestándose con el cinismo propio de un monseñor Camino. Desde esa inviolabilidad civil y eclesiástica a la vez, domesticar el sexo de ellas. Colocar una frontera de concertinas entre la voluntad de las mujeres y su vientre. De aquí hacia abajo, todo mío, de mis jueces, de mi capricho, de mis policías, de mis desórdenes venéreos, de mis fantasías más negras, de mis frustraciones menos confesables. Todo este territorio, desde la cintura hasta el nacimiento de los muslos, me pertenece ahora sin peligro porque yo soy la ley y porque me gusta la música y porque soy culto y porque pertenezco a una de las mejores familias del franquismo. Y porque a ver quién se atreve, con lo demócrata que parezco, a rechistarme.

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