jueves, 29 de octubre de 2015

sábado, 24 de octubre de 2015

EL RESPETO HACIA LOS ANIMALES - VENIMOS DEL MISMO SITIO

Hermano caballo
Tan arraigada estaba en España la crueldad que aún hoy no hemos conseguido erradicarla



Pertenezco a esa generación que cuando le decía a una madre que quería un perro, ella contestaba sin rodeos: "Bastante tengo con vosotros". Nosotros. En cuatro palabras eras informado de que no, de que nunca, de que tu vida no era una serie americana y de que siendo niña integrante de una familia numerosa te podías poner a la cola para que se te comprara, ¿un perro?, vamos, anda: una trenca. Pertenezco a esa generación que aún veía a los gatos como bichos salvajes, habitantes de la intemperie, visitantes furtivos de los patios a los que acudían para comer las sobras a cambio de acabar con los ratones de las cambras, de los sobrados. Pertenezco a esa generación de niñas que, aun estremecida por la crueldad de los mozos con los toros embolaos, había sido educada para observar sin juzgar la brutalidad de los hombres y de los aprendices de hombres. Las niñas veíamos el deplorable espectáculo desde los balcones y, por fortuna, se nos permitía tener piedad y ser cobardes. La valentía del bruto, menuda patochada. Pertenezco a esa generación de criaturas que ha visto pegarle una patada a una perra preñada con total naturalidad para echarla de un bar en el que había entrado en busca de su dueño, que aun tratándola mal obtenía de ella una lealtad humillada. Esa crueldad hacia los animales no era algo aislado, entraba en el catálogo de maltrato a los más débiles, del abuso del fuerte al que no puede ni tiene derecho a defenderse. Y ahí entraban los niños, las mujeres, los tonticos del pueblo, los chicos torpes. No puedo quejarme de haber tenido una infancia dura, muy al contrario, disfruté de una libertad de la que ahora la mayoría de los niños carecen, pero como niña sensible y observadora que era padecía con esas muestras de crueldad con el débil que en España eran entonces habituales.
Pero los niños no contemplan la posibilidad de que la vida pueda cambiar; los que nos criamos en un pueblo o en el campo jamás hubiéramos imaginado que se hablaría de los derechos de los animales a una vida digna. En España esa consideración hacia nuestros hermanos de otras especies nos ha pillado por sorpresa y con muchos deberes por hacer, porque parte de nuestras fiestas populares estaban basadas en demostrar la victoria del hombre contra el animal. La manifestación de la masculinidad, exaltada por el alcohol, encontraba y encuentra su momento cumbre en esa lucha desigual. A veces me pregunto cómo y por qué fuimos cambiando aquellos que crecimos presenciando escenas tan crueles; para algunos, entre los que me incluyo, la no aceptación de esas execrables tradiciones formó parte de un cambio de mentalidad que entendía que la burricie estaba reñida con el progreso. Es posible que el hecho de salir a Europa nos diera la medida de cómo se trataba a los animales en otros países, sin duda más avanzados. La devoción de los ingleses por sus perros o gatos, que en un principio se nos antojaba ridícula y propia de mujeres locas y hombres solitarios, se nos iba presentando como algo habitual en otros países cercanos. Detrás de cada ventana de Ámsterdam, hay un gato observando, tan hogareño como atento a la caza de ese ratón que presentará a los pies de sus dueños al final de su jornada laboral.
Tan arraigada estaba en España la crueldad que aún hoy no hemos conseguido erradicarla. Hay quien se pone fino con el debate y afirma que los animales no tienen derechos por cuanto carecen de deberes. Retorcimientos retóricos para no admitir lo simple: el animal no tiene por qué ser víctima de nuestros abusos. Nuestros abusos son consecuencia de un atraso. Una juez de Palma ha condenado al dueño de un caballo a ocho meses de cárcel por la paliza mortal que este le propinó tras los malos resultados del animal en una competición. Bien está. No es que dicha condena sea ejemplar es que debiera ser lo habitual para quien tortura y mata.
Late ahora mismo en el ambiente una reacción enconada contra los que consideran que el amor desmedido hacia los animales puede transformarse en desconsideración hacia las personas. Reconozco que la cursilería hacia los perros y los gatos, tratándolos como si fueran bebés, me da cierta grima, también esa idea tan facebookianade tomar a los animales salvajes como peluches inofensivos me irrita. Entiendo que humanizar a un perro o a un gato a nuestro capricho lleva consigo robarle dignidad a su naturaleza, que se mueve por códigos muy distintos a los nuestros.

Aplaudo la cárcel para el asesino del caballo. Habrá un día en que en los colegios de Tordesillas los niños serán informados de lo brutales que fueron sus antepasados. Espero verlo.




La cárcel espera al maltratador de animales





sábado, 17 de octubre de 2015

EL PODÉ JUDISIÁ

UNO DE LOS MAGISTRADOS QUE JUZGARÁN "LA TRAMA"

DURMAMOS TRANQUILOS 
JUAN JOSÉ MILLÁS


Hay gente a la que le haces una foto y te sale un cuadro al óleo. Influyen en ello multitud de factores la personalidad del retratado, su posición social, su vestimenta, sus condecoraciones, así como el lugar donde se tomó la instantánea. Hablamos del juez Enrique López, miembro, hasta hace unos días, del Tribunal Constitucional. O sea, un cargo,. Tú te cruzas con este hombre y te declaras culpable, aunque seas la señora de la limpieza. ¿Quién soporta esa mirada testicular, esas ojeras de estudioso, esa nariz rotunda, esos labios concluyentes, en los que parece haberse demorado el pincel del artista? ¿Quién no tiembla ante esas cejas ligerísimamente arqueadas, hegemónicas, líderes? ¿Quién no se estremece ante ese conjunto de cabellos dominados a punta de gomina? Y eso que hasta ahora venimos hablando de las partes, pero si observas el conjunto caes fulminado por asesino, aunque no hayas matado una mosca.
¿Qué ocurre si abandonamos el rostro? Pues que nos precipitamos en el fúnebre aliño indumentario, que viene a ser como salir de Málaga y meterse en Malagón. Parece que, más que vestirlo, lo han amortajado para hacerle el retrato. De ahí las condecoraciones que luce en el pecho y que resumen una vida. Dicho esto, y para quitarles a ustedes el susto, conviene añadir que este señor, al poco de que lo inmortalizaran de esta guisa, fue detenido por la poli "con fuerte olor a alcohol en el aliento, deambular titubeante, ojos rojos y vidriosos, habla repetitiva, ojos congestionados,,,". En definitiva borracho. Significa que era un tigre de papel. Durmamos tranquilos

VISTO EN EL PAÍS DE 22 DE JUNIO DE 2014

martes, 6 de octubre de 2015

LAPONIA EN EL CORAZÓN DE ESPAÑA


España se está muriendo. Lo dice el Instituto Nacional de Estadística: "Si se mantuvieran las tendencias demográficas actuales, España perdería un millón de habitantes en los próximos 15 años". También lo dice el guión de la última película protagonizada por Carlos Álvarez-Nóvoa: "El mundo rural agoniza. La muerte de un pueblo es mucho más que la un puñado de gente. Las personas nacen y luego mueren. Pero cuando muere un pueblo, ya no nace nada", narra en voz en off este veterano y premiado actor, que murió de cáncer el pasado miércoles acompañado de su familia. En la última escena de su vida interpretativa también muere, pero esta vez en soledad. Seguramente porque representaba una triste realidad a la que se enfrentan muchos españoles que desaparecerán junto a sus pueblos. Carlos hacía el papel de uno de ellos, desnudando a la cámara la importancia del tema de la despoblación. España se está muriendo. Lentamente. En manos de un verdugo que ejerce su cometido especialmente en las zonas rurales. Los que sobreviven, los más jóvenes, huyen a las ciudades o grandes pueblos reconvirtiéndose en pequeños urbanitas. Lo dice Francisco Burillo, Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza: "Laponia y la Serranía Celtibérica, que comprende regiones de Aragón, Castilla- La Mancha, Castilla y León, Navarra y La Rioja, son los dos únicos territorios de Europa que registran densidades inferiores a 8 habitantes por kilómetro cuadrado". España se está muriendo. También lo dicen los ojos de Juan. Tiene cinco años y es el único niño que hay en Robregordo, un pequeño pueblo de 30 habitantes en la Sierra Norte de Madrid. Casi todas sus casas están en venta o alquiler; en dos horas sólo vemos a cinco personas y ninguna baja de los 70 años. Excepto Juan. El crío juega por las tardes solo, ante la atenta mirada de nadie, con su pelota de baloncesto en la canasta que hay frente al Ayuntamiento. Un edificio de piedra que también hace las funciones de bar, el único del pueblo. "Hace años éramos más de 150 habitantes. Algunos han muerto y otros se han ido a Madrid o a Buitrago de Lozoya", afirma María, la alcaldesa de Robregordo. Buitrago está a 16 kilómetros, tiene 2.000 habitantes y es el pueblo escala opueblo cebolla de la sierra. Así lo llama su alcalde, el popular Ángel Martínez Herrero. "Muchas familias de la zona abandonan sus casi desaparecidos pueblos -primera capa de la cebolla rota- y vienen aquí porque quieren quedarse en la sierra. Cuando los niños crecen ya se van a Madrid -última capa de la cebolla- por la falta de oportunidades y servicios. Nosotros seremos los últimos en caer, pero lo haremos al final como todos", dice Ángel, augurando un futuro pésimo a esta zona. "¡Y a toda España! Pero lo curioso es que aquí estamos sólo a 40 minutos de la capital". La despoblación preocupa. Por ello la Mancomunidad de la Sierra Norte de la Comunidad de Madrid, formada por 42 municipios, propuso el año pasado al director de cine, Emilio Ruiz Barrachina, la posibilidad de rodar una película sobre la despoblación rural. Emilio, nominado en 2012 a los premios Goya por su trabajo sobre el cantaor Enrique Morente, aceptó el proyecto sin dudar. Encontramos al director y también periodista, ex corresponsal de guerra en África, desayunando en una cafetería en Buitrago. Aquí decidió quedarse a vivir cuando terminó de rodar su documental, El Violín de Piedra, con un presupuesto de 300.000 euros, financiada exclusivamente por la Mancomunidad. "Espero que este film sirva para concienciar a la gente de un problema que nos afecta a todos", añade Emilio, mientras nos da una vuelta por el pueblo y la zona enseñándonos los escenarios reales donde grabaron. Su película, que se estrena en los cines a mediados de noviembre, explica en forma de comedia ácida el tema de la despoblación a través de la historia del último habitante de un pueblo. La cinta fue presentada en el Festival Internacional de Oviedo, ganando el premio a Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Música. Carlos Álvarez- Novóa -premio Goya al mejor actor revelación en el 2.000 por Solas- es el protagonista. El actor murió el pasado miércoles con 75 años. Le localizamos días antes en Sevilla. El hombre había recibido una sesión de quimioterapia y casi no tenía fuerzas para hablar. Por ello, su amigo Emilio nos cuenta por qué este actor tan carismático se prestó para el proyecto. "Carlos nació en un pueblo minero de Asturias. Había visto con sus propios ojos cómo las aldeas de su tierra se estaban quedando vacías y estaba muy sensibilizado con este tema". Algunos de esos pueblos de la infancia del actor ya están abandonados. Al igual que otros 2.800 en todo el país. En ellos ya no se escucha el bullicio de antaño. Algunos están en ruinas. Otros han sido rehabilitados gracias a un Programa de recuperación llevado a cabo por el Ministerio de Agricultura. Pero el silencio sigue reinando en sus pequeñas callejuelas. Es el caso, por ejemplo, de Umbralejo, en plena Sierra de Ayllón (Guadalajara). Es un pueblo completamente restaurado en el que literalmente "no queda ni un solo alma". Tiene 70 casas de pizarra y barro, aulas, comedores y talleres. Pero nadie las usa. La Serranía Celtibérica, a la que algunos llaman la Laponia del Sur, es la zona más despoblada de España. En los valles riojanos de los ríos Jubera y Cameros Viejo, tiene una densidad real de 0,64 habitantes por km2, la mayoría personas de más de 60 años dedicados a la agricultura y la ganadería. "Estamos ante una silenciosa muerte biológica que se lleva con ella la cultura y el modo de vida campesino", afirma Francisco Burillo. Este Catedrático de la Universidad de Zaragoza es el promotor de un proyecto financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad que buscan una solución inmediata para evitar la desaparición de los pueblos de la sierra. "Hoy, la Serranía Celtibérica es el territorio más desarticulado y con la mayor tasa de envejecimiento de toda la Unión Europea", explica Francisco. Para luchar contra este fenómeno hay Fundaciones como Abraza la Tierra que trabajan para asentar la población en el medio rural. "En el último año nos han escrito 1.600 personas interesadas en vivir en un pueblo. Muchas eran parejas jóvenes y con estudios. Nosotros les aconsejamos y les buscamos un pueblo que encaje con ellos", afirma Eva González, coordinadora de la Fundación. Aunque si usted está interesado en volver al pueblo, también puede comprar uno. La web, Aldeas Abandonadas, funciona como una inmobiliaria vendiendo pueblos deshabitados. "Hace un par de años vendimos una aldea en Galicia por 65.000 euros", dice Elvira, responsable de la web. Todo sea para que España no se muera ni sus pueblos desaparezcan. 

 El envejecimiento 

La situación de España en 2030 En los próximos 15 años nuestro país perdería 1.022.852 habitantes y en 50 la situación se agravará hasta los más de 5,6 millones, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Reducción drástica de la población De confirmarse esa bajada de los habitantes, el censose reduciría hasta los 45,8 millones en el año 2024 y 40,9 millones en 2064. Esta reducción se debe al progresivo aumento de las defunciones y la disminución de los nacimientos. Preocupación por el envejecimiento Los habitantes españoles son también cada vez más ancianos. El porcentaje de población mayor de 65 años, que actualmente se sitúa en el 18,2% pasaría a ser el 24,9% en 2029 y del 38,7% en 2064.

viernes, 2 de octubre de 2015

CONDECORACIÓN POR ACCIONES EN INTERÉS DE LA PATRIA

Si bien lo pensamos, aún nos pasa poco


Año 2015. El ministro de Interior de un país con 47 millones de habitantes de lo que conocemos como occidente ha condecorado por segunda vez a una virgen. Sí, me refiero a la figura religiosa; esa misma que suele representarse con un muñeco o muñeca de madera, escayola, o lo que sea aquello con lo que se fabrica hoy la imaginería. En este caso, el motivo de los honores no es otro que “(…) premiar las acciones o conductas de extraordinario relieve que redunden en el prestigio del Cuerpo de la Guardia Civil e interés de la patria”. Así, tal como suena.
Respeto cualquier creencia que por sí misma no afecte más que al propio creyente. Creer en vírgenes, santos o milagros, stricto sensu, solo afecta a quien lo cree, incluso a veces de forma positiva. Lo mismo que empapelar una vivienda con imágenes del pato Lucas y hasta ponerle un altar en el lugar de la televisión (mucho más sano, por cierto). No tengo ningún problema con los que creen que hoy existe una raza de reptiles que domina el mundo (y menos si es una forma de denominar a los malnacidos), o con los que consultan a los espíritus, a los que viven de tirar cartas, el humo de un puro, o de rebanarle el pescuezo a una pobre gallina, y tampoco con los que creen que hay una civilización viviendo bajo la corteza terrestre. Allá cada cual. Todos tenemos algún cable sin conexión. Pero una cosa es lo que piense cada individuo, y otra muy distinta lo que ponga en práctica un Gobierno.
Seamos mÍnimamente serios. No es de recibo que un ministro en su sano juicio, o que no sea un auténtico cínico, condecore con una medalla a la advocación de un personaje de un cuento para niños, por muchos seguidores que tenga el cuento. Un cuento que, amalgamado con las monarquías, además de haber cercenado el progreso y la libertad de la humanidad, por aparente contraposición con otros cuentos igualmente nocivos, ha costado la vida a millones de seres humanos, y en ocasiones de forma extraordinariamente cruel, todo hay que decirlo.
Y no, bien pensado no es que no sea de recibo, es que es un insulto.
Pero no es un insulto porque transgreda la ley por mucho que lo reclamen las asociaciones laicas. No lo hace. Este es otro de los engaños de la Constitución de los siete padres y ninguna madre. El Estado español no es laico, sino aconfesional. Y no, no es lo mismo ni se le parece. En realidad es un insulto porque estamos en el siglo XXI y desde el poder se nos sigue considerando un rebaño. Y esto es desesperante, ya que lo hacen porque pueden permitírselo. Los que de verdad mandan en este país y en gran parte del mundo (no me refiero a los títeres políticos que manejan), creen tanto en la democracia como la alta jerarquía de la Iglesia cree en Dios. Pero aquí estamos.
Tenemos medios de comunicación que desinforman, una educación que embrutece, ministros que ponen medallas a muñecos, una democracia que dura 12 horas cada 1461 días, partidos sometidos al capitalismo que hacen políticas demencialmente antisociales y que se dicen de izquierdas, ultraderechas neoliberales que se llaman centro, y nuevas esperanzas que juegan a perpetuar este sistema antipersonas repartiendo caramelos. Pero, con dignas excepciones, seguimos admitiendo el statu quo al considerar interlocutores válidos a reyes, obispos, mercenarios de la política y sus leyes, y periodistas a sueldo del gran capital. Y así no vamos a ninguna parte. Y todo ello con el agravante de contar con una sociedad conscientemente impotente pero mayoritariamente receptiva a una audaz sinceridad política que ni está ni se la espera.
Si lo pensamos bien, aún nos pasa poco. Pero todo es cuestión de tiempo.
PACO BELLO
VISTO EN INICIATIVA DEBATE