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lunes, 19 de abril de 2021

EMBRIONES QUIMERA HUMANO-MONO

 Un equipo internacional liderado por el español Juan Carlos Izpisúa genera embriones quiméricos humano-mono

viernes, 16 de octubre de 2020

SHERE HITE

 


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visto en el País

lunes, 28 de septiembre de 2020

UN CID SIN "TIZONA", "BABIECA" NI JURA DE SANTA GADEA

 El historiador David Porrinas retrata en un libro al Campeador como pragmático señor de la guerra y mercenario, muy alejado del mito.


El Cid real, el Rodrigo Díaz de Vivar histórico, no tenía dos espadas denominadas Colada y Tizona, ni un caballo que respondiera al nombre de Babieca, ni obligó nunca a jurar en Santa Gadea al rey Alfonso VI que no había tenido nada que ver con la muerte del hermano del monarca. Sus hijas no se llamaban Elvira y Sol sino María y Cristina, y además había un hijo varón, Diego. A las chicas tampoco las ultrajaron e hicieron de todo los infantes de Carrión en la legendaria afrenta de Corpes tras las bodas, ni hubo batalla ganada después de la muerte. De hecho, hasta puede que nadie hubiera llamado Cid al Cid en toda su vida (aunque sí se le conocía y él firmaba así como “Campeador”, de campidoctus, “señor del campo de batalla”). Pero todo eso no quiere decir que la existencia y hechos del personaje de verdad (¿Vivar, 1040?- Valencia, 1099) que dio pábulo a la leyenda no fueran extraordinarios.


Ahora, el historiador David Porrinas (Castañar de Ibar, Cáceres, 1977), investigador y profesor en la Universidad de Extremadura y un reconocido estudioso de la guerra en la Edad Media y del propio Campeador, arroja luz sobre el de Vivar en un ensayo desmitificador tan erudito como apasionante. El Cid, historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro Ediciones, 2019), con prólogo del catedrático de Historia Medieval y acreditado cidista Francisco García Fitz, se centra especialmente en la actividad bélica de Rodrigo Díaz y lo muestra como un gran hombre de acción. Un guerrero aventurero y oportunista que se mueve con habilidad y pragmatismo extremos en la frontera difusa entre la cristiandad y el islam al frente de una hueste de tropas híbridas compuestas por su propia mesnada y contingentes musulmanes. Un mercenario en busca de botín y señor al que servir en un mundo mestizo, en el que los reinos cristianos y las taifas musulmanas guerrean unos contra otros y todos entre sí, aliándose sin importar la religión. Y un combatiente temible que puede ser brutal (hace torturar civiles y quemar vivo al cadí de Valencia) y que se granjea fama de invencible en la batalla. Un personaje y un escenario, como se ve, que coinciden poderosamente con los de Sidi, la última novela de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara, 2019), aunque en esta hay jura, Tizona y otros mitos.


“Es muy complicado depurar al verdadero Cid histórico de la leyenda tejida a su alrededor”, explica Porrinas, que subraya que hay unas ideas fijadas durante siglos, unos clichés que cuesta desterrar, y valga la palabra. El caso, recalca, es que hay muy buenas fuentes históricas que nos permiten saber cómo era en realidad. “Es seguramente el personaje que mayor cobertura informativa recibió en su tiempo, más incluso que el propio emperador Alfonso VI. Es absolutamente excepcional disponer de tanta información de alguien del siglo XI que no era ni miembro de la realeza ni un alto cargo eclesiástico”. Porrinas cita entre esas fuentes la Historia Roderici, contemporánea del Cid o de poco después, y las informaciones coetáneas de cronistas musulmanes que narran la conquista de Valencia (la gran realización del Campeador) y algunos de los cuales incluso vivieron el asedio. Disponemos asimismo, apunta, de la carta de arras del matrimonio con Jimena y hasta de un documento firmado de puño y letra por el Cid, que signó “ego ruderico” (el trazo no es muy seguro así que probablemente el Cid manejaba mucho mejor la espada que la pluma).



Una imagen de caballeros medievales en el Beato de las Huelgas.

Pese a las fuentes, continúa el estudioso, “el Cantar de mío Cid, puesto por escrito a partir de versiones juglarescas entre los años finales del siglo XII y primeros del XIII y convertido en la obra cumbre de la literatura medieval española, establece una imagen literaria muy distinta de la histórica pero llamada a tener mucho más éxito”. Fue, explica, el empeño de Ramón Menéndez Pidal desde 1929 en considerar el Cantar y los romances sobre el Cid fuentes históricas válidas para el conocimiento del Cid real lo que ha creado tanta confusión. Por no hablar del retoque franquista y la película de 1961 con Charlton Heston. Es la del Cantar una imagen heroica, épica, “muy cinematográfica”, con “evidentes concesiones a la sensiblería, la fantasía, y el dramatismo morboso”. De los episodios más famosos para los mortales comunes de la vida del Cid, Porrinas recalca que “no hay nada de eso”, y que son todo imágenes que se forjan con posterioridad. El duelo con el padre de Jimena, por ejemplo, no aparece hasta el siglo XIV. En cuanto a la jura de Santa Gadea, no se empieza a hablar de ella hasta el siglo XIII, en una obra del historiador eclesiástico Lucas de Tuy, y sería imposible que se hubiera producido: ningún noble podía desafiar así al poder haciendo jurar a un rey.


De Diego, el hijo desconocido del Cid, dicen las fuentes que murió luchando contra los musulmanes en la batalla de Consuegra en 1097. “Fue un mazazo para el Cid que perdió toda esperanza de crear una línea dinástica para perpetuar su recién conquistado principado de Valencia, aunque consiguió casar bien a sus hijas” (María se desposó con Ramon Berenguer III, conde de Barcelona). En cuanto a la victoria después de muerto, atado al arzón de su caballo, señala que forma parte de la leyenda elaborada por los monjes del monasterio de Cardeña, donde fue enterrado el Cid —luego sus restos se dispersaron— tras sacarlo embalsamado de la Valencia amenazada por los almorávides. El historiador indica que no hay pruebas de que en su época le llamaran Sidi o Cid. “La primera vez que vemos esa denominación es en el Poema de Almería, de mediados del siglo XII, donde se menciona a Rodrigo como Cid. Lo cual no quiere decir que sus soldados árabes o sus súbitos valencianos no lo llamaran así, mi señor, pero no está documentado”. Sea como fuere, lo de Cid cuadra con ese comandante de tropas híbridas, variopintas, cristiano al frente de musulmanes, que a partir de su núcleo de medio centenar de caballeros, aventureros y busca fortunas recibe el mando del ejército de la taifa de Zaragoza.


Sorprende que el Cid fuera un mercenario… “Suena peyorativo, pero esa es la definición del que combate por dinero, como los condotieros posteriores o sus coetáneos y tan parecidos señores de la guerra normandos. Rodrigo, un gran pragmático, entiende que ese servicio al rey al-Mutamin de Zaragoza y sus sucesores es lo mejor para cumplir su propósito último de hacerse con Valencia. No se puede entender al Campeador sin su relación de mestizaje militar, político y cultural con los musulmanes”.


¿Se podría haber publicado un libro desmitificador como el suyo, en el que el Cid aparece hasta como ocasional vendedor de esclavos, durante el franquismo? “Imposible”, ríe el autor. “El franquismo nació huérfano de ideologías, tenía que crear una y se apropió de símbolos como don Pelayo, Covadonga, Agustina de Aragón y el Cid. Un libro como el mío no habría gustado. Franco se identificaba con el Cid legendario y le gustaba que otros le identificaran así, como hizo el alcalde de Burgos al inaugurar la famosa estatua ecuestre. Dio muchas facilidades para el rodaje de la película de Charlton Heston que internacionalizaba esa imagen épica del personaje”.


El historiador dice que no ha leído aún la novela de Pérez-Reverte, al que no conoce personalmente pero del que se declara gran admirador. El ensayo de Porrinas y la novela de Pérez-Reverte coinciden en destacar los aspectos militares del Cid y el uso decisivo de la carga de caballería y la lanza. También en mostrar el mundo fronterizo de la Península como un escenario turbulento y sin ley, un Far West medieval.


En un balance del Cid, el estudioso afirma que “no cambió la historia con mayúscula pero sí la historia cultural. Poco después de su muerte cae su señorío de Valencia, no consigue crear un señorío permanente, aunque su sangre fluye por diversas dinastías europeas y se le ha llamado “hacedor de reyes”. Pero el Cantar cambió la historia de España y el personaje ha acabado convertido en un mito que se va revisando y reinterpretando con el tiempo. Ahora está de moda con la novela de Pérez-Reverte y la serie que se prepara en Amazon Prime. Es un nuevo Cid, como el mío, para nuevos tiempos, pero eso no quiere decir que sea el definitivo o que ya esté todo dicho; la historia es una ciencia viva y el Cid tiene cabalgada para rato”.

ARTICULO DE EL PAÍS  (Sujeto a suscripción).



miércoles, 18 de diciembre de 2019

CAROLIN EMCKE

“La extrema derecha tiene una utopía, que es regresiva. Ni los conservadores ni los social­demócratas tienen una”

Filósofa y reportera de guerra durante 10 años, esta alemana analiza cómo la xenofobia trata de acaparar el discurso político  

La periodista y filósofa alemana Carolin Emcke (Mülheim an der Ruhr, 1967) lleva muchos años observando y reflexionando sobre diferentes formas de violencia que condicionan nuestras vidas. Alumna del pensador vivo más influyente del mundo, Jürgen Habermas, entre 1996 y 2006 trabajó como reportera de guerra en lugares como Afganistán, Kosovo e Irak para Der Spiegel. Sus libros Contra el odio (Taurus, 2017) y Modos del deseo (Tres Puntos, 2018) son un referente en los debates sobre la emergencia de una extrema derecha racista y xenófoba que trata de acaparar y condicionar el discurso político. Emcke estuvo esta semana en la capital catalana para impartir una conferencia dentro del ciclo sobre Feminismos del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
PREGUNTA. En su obra aborda la relación entre poder y violencia. ¿Qué es lo que más le preocupa en relación con esta cuestión?
RESPUESTA. Me preocupa la fuerza que está adquiriendo una ideología autoritaria, antimodernista y basada en dogmas de pureza que construye la realidad como si fuera un peligro, una amenaza. Esta ideología está cambiando el discurso político en el sentido de normalizar el racismo, el antisemitismo, el antifeminismo, y contribuye a deshumanizar a las personas o colectivos que más tarde son víctimas de atentados de la extrema derecha. El problema es que, cuando se producen, focalizamos el debate en la violencia y despolitizamos el contexto ideológico que la hace posible. No solo tenemos que luchar contra el extremismo cuando es violento, sino contra la ideología que lleva a la violencia.
P. ¿Podría esa ideología llegar a ser hegemónica como lo fue en la primera mitad del siglo XX?
R. En EE UU ya está en la Casa Blanca, en Brasil la sostiene el presidente, la encontramos en muchos países europeos y ahora también en España, con Vox. No está en la periferia de la sociedad, sino en el centro.
P. ¿Qué papel cree que desempeñan los medios de comunicación en la expansión de ese discurso?
R. Se han convertido en su principal instrumento de propaganda porque no entienden su estrategia. La extrema derecha no tiene ningún interés en discutir ni ganar ningún debate. Lo único que buscan es visibilidad. Y eso es lo que les proporciona el mal periodismo que recurre a las tertulias sobre política para ganar audiencia. La patología de la televisión actual es confundir neutralidad con cinismo. El problema de esos programas es que solo son una simulación de debate. Y no es cierto que todas las opiniones valgan lo mismo. Hay opiniones que están basadas en mentiras. Lo que la extrema derecha busca es que no se distinga entre verdad y mentira.
P. En España, la extrema derecha ataca con especial virulencia al feminismo. Utiliza incluso el término “feminazis”. ¿Por qué cree que lo hace?
R. Lo relevante de esa ideología es que trata a la sociedad como un cuerpo y presenta cada diferencia religiosa, de identidad o de sexualidad como si fuera una contaminación del cuerpo, una enfermedad. Una de las primeras leyes de los nazis en Alemania fue prohibir que los judíos pudieran nadar en las piscinas públicas. Esa idea de contaminación, de marcar al “otro”, es terrible, pero también me parece un síntoma de fragilidad. Muchos hombres se sienten vulnerables ante el avance del movimiento feminista. Solo la idea de que tienen que aprender algo, cambiar algo, les altera y reaccionan con infantilismo.
P. Pero también hay una cuestión de poder, ¿no cree? Lo que molesta del Me Too es que haya conseguido a través de la denuncia pública lo que no se lograba en los tribunales.

“La extrema derecha tiene su utopía. Es regresiva, pero es una utopía. Ni los conservadores ni los social­demócratas la tienen”

R. Claro. El problema es que tenemos un radar para el racismo y para el antisemitismo, pero no tenemos un radar muy sensible para el odio a las mujeres. Y creo que es necesario que ese radar exista. Me Too es un ataque, pero no contra los hombres en general, sino contra la injusticia y la desigualdad. ¡Es tan evidente que no se puede ni se debe aceptar la violencia en una relación! Eso no es negociable. Lo que han conseguido las mujeres con estas protestas es cambiar el lugar de la vergüenza. Que quien ha de sentir vergüenza sea quien comete el abuso. La persona que se defiende no debe sentirse avergonzada.
P. Pero si solo las mujeres reaccionan ante esos ataques o cuando se produce un crimen machista, ¿no alimenta eso la idea de cuerpo extraño?
R. Sí. Tenemos que conseguir que los hombres luchen contra el antifeminismo; es una cuestión de rechazo de la violencia, de justicia, de derechos humanos. No quiero vivir en una sociedad que deja a judíos, homosexuales o a las mujeres solos para defenderse.
P. ¿Cómo ve el futuro de Alemania y de Europa después de Merkel?
R. El problema de los últimos años ha sido la falta de deseo político. Parece que solo la extrema derecha tiene una utopía. Es una utopía regresiva, de muerte y destrucción, pero utopía. Ni los conservadores ni los socialdemócratas la tienen. Si creen que deslizándose hacia el discurso de la extrema derecha van a ganar, se equivocan. Cuando ese discurso cale, votarán el original, no la copia. No se puede organizar una pasión sin utopía. Los Verdes la tienen. Ellos han sido inmunes al racismo y siempre se han mantenido fieles al discurso universalista de los derechos humanos. Ya no se ven como un partido fundamentalmente urbano. Creo que cualquier Gobierno que haya en Alemania después de Merkel va a incluir a Los Verdes.
P. ¿Qué opina de la deriva que está tomando el conflicto territorial en España? ¿Ha visto las imágenes de los disturbios en Barcelona?
R. Sí. No me gustan las manifestaciones violentas, pero también he visto imágenes de cargas policiales preocupantes. La policía es un instrumento de la democracia y debe ser entrenada para reducir la tensión. Respecto al problema político de fondo, no creo que se pueda resolver con sentencias. Puede tener una dimensión jurídica, pero es un problema político. Me resulta difícil de comprender por qué, habiendo oportunidades de llegar a un compromiso, no hay vía de diálogo.

domingo, 15 de septiembre de 2019

ALEXANDRIA OCASIO-CORTEZ


 La novata que electriza la política en Washington

La congresista de 29 años se convierte en un fenómeno de masas y consigue colocar el socialismo en el corazón del debate político estadounidense.

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El despacho de Alexandria Ocasio-Cortez llama a gritos desde el final de uno de los largos pasillos del edificio Cannon del  Congreso Un mural de post-it de colores a ambos lados de la puerta rompe la armonía en la hilera de oficinas uniformes por las que hay que pasar para llegar a la suya: la de Andy Levin, representante por Michigan; la de David Scott, por Georgia; o la de John Ractliffe, por Texas. Ninguno de ellos tiene ante su puerta tampoco a un grupo de chicas en viaje de estudios que este miércoles monta guardia para ver en persona a la inquilina del número 229 como quien aguarda a Madonna a la salida de un concierto. “Está allí… ¡A-O-C!”, grita de repente una de las muchachas. “¡Te queremos!”, exclama otra. En efecto, como si de una estrella del pop se tratara, Ocasio-Cortez ha salido por una puerta secundaria. Al oír sus iniciales, convertidas ya en una suerte de marca personal, se gira y saluda con una sonrisa del tamaño del Capitolio.


Desde su debut en la Cámara de Representantes el pasado 3 de enero, Alexandria Ocasio-Cortez ha puesto Washington patas arriba. Convierte en oro mediático todo lo que toca, arrastra a hordas de millennials y ha colocado las propuestas más izquierdistas del espectro ideológico americano en el centro del debate. Para entender la magnitud del fenómeno que supone esta mujer de 29 años, la más joven de la historia en llegar al Congreso estadounidense, hay que recordar que hace poco más de un año se ganaba la vida tras la barra de una taquería en Nueva York. Su victoria en las primarias el pasado verano, frente a una vaca sagrada del Partido Demócrata, fue como poner una pica en el cielo. Representante de un distrito muy progresista de la ciudad, Queen-Bronx, tenía atada la elección en noviembre. Ahora, desde el escaño, ha dejado de ser una anécdota curiosa.
En un país que aún asocia el término socialismo a las dictaduras comunistas, Ocasio se reivindica socialista demócrata, en la estela de Bernie Sanders, y reclama un impuesto de hasta el 70% para los ingresos superiores a los 10 millones de dólares, propuesta que ha sido alabada por economistas de corte progresista como el Nobel Paul Krugman. Y con el debate migratorio al rojo vivo, reclama el desmantelamiento de la policía fronteriza (ICE, en sus siglas en inglés), medida a la que después se han sumado otro demócratas, como la precandidata presidencial Kirsten Gillibrand. Todo, desde un altavoz monumental.


Su primer discurso en el pleno de la Cámara, de cuatro minutos, batió los récords de audiencia de la historia de C-SPAN, el canal que cubre la actividad parlamentaria. En apenas 12 horas ya lo había visto más de un millón de personas. Pero eso no es nada comparado con lo que pasó semanas después. Su interrogatorio en una audiencia sobre la financiación de campañas, en la que expuso todos los agujeros por los que se puede colar la corrupción de políticos y grandes empresas, ha roto parámetros en Internet con 37 millones de visualizaciones.
En las redes sociales baila claqué: ha creado una audiencia fiel en Instragram, donde cuenta el día a día menos conocido del Congreso, y su volumen de interacciones en Twitter supera al de cualquier gran medio informativo y cualquier otra figura demócrata, incluido Barack Obama, o republicana, con la excepción de Trump, el único que la supera, según un informe de Axios sobre un periodo que abarca del 17 de diciembre al 17 de enero.
“Ella produce una especie de efecto Oprah Winfrey. Oprah tiene un estatus de celebridad que hace que cuando presenta algo al público, una nueva crema, un nuevo libro, unas nuevas zapatillas de tenis… Todo el mundo se interesa, aquello se convierte en una fiebre. La política es diferente, pero está pasando algo parecido. Ocasio habla de cosas que a lo mejor se habían dicho antes, pero no habían logrado captar la atención de la gente de este modo”, explica por teléfono Stephanie Kelton, ex economista jefe de los demócratas para el Comité Presupuestario y ahora profesora de políticas públicas en la Stony Brook University.
“Lo consigue por una combinación de factores. Es muy dinámica, tiene sentido del humor, y es sobre todo muy auténtica, llega a la política sin haberse estado preparando años para hacerlo y tiene esa mirada fresca sobre lo que pasa en Washington. ¿Ha visto lo que acaba de escribir sobre los indigentes?”, añade Kelton. El miércoles la congresista publicó la foto de una fila de personas sin hogar en un pasillo del Congreso denunciando lo que es una vieja práctica en la capital: los lobbistas pagan a los pobres para que hagan cola por ellos antes de los comités o audiencias y así tener un puesto asegurado en la sala. “Shock no llega ni de lejos a describir esto”, dijo.
Una pregunta que sus críticos hacen a menudo es cuánto de esta fanfarria se traducirá en legislación. No se suele esperar tanto de un congresista novato, menos en sus primeros meses en activo, pero todo lo que envuelve a la joven y atractiva Ocasio es excesivo, incluidas las expectativas. Lo que sí parece evidente es su capacidad de agitar el debate político y obligar al Partido Demócrata a plantearse —una vez más— su ser o no ser. Si el camino a la victoria de la Casa Blanca en 2020 pasa por conseguir amarrar el centro o por el giro a la izquierda.

Green New Deal frente a moderados

Un gran ejemplo es el Green New Deal, un ambicioso plan medioambiental de nombre rooseveltiano que presentó el pasado 7 de febrero junto a un senador por Massachusetts. Con forma de resolución, plantea toda una transformación de la economía que permita un 100% de energías limpias hacia 2050. El lanzamiento despertó escepticismo entre algunos demócratas. La líder en el Congreso, Nancy Pelosi, mostró desdén en una entrevista a Politico, aunque después rectificó. “Será una de las muchas propuestas que recibamos”, afirmó. “El green dream [sueño verde] o como se llame, nadie sabe lo que es, pero van a por ello, ¿no?”. De hecho, Ocasio-Cortez no forma parte del Comité sobre la crisis climática que Pelosi presentó el mismo día que el Green New Deal. En cambio, sí es miembro de uno de los comités más poderosos del Capitolio, el de servicios financieros, que aborda la regulación bancaria y la independencia de la Reserva Federal.
Para la cadena conservadora Fox, la joven ya se ha convertido en el gran anatema. Entre los demócratas, los escorados la adoran y los moderados temen su efecto. En lo que todos parecen ponerse de acuerdo es en que lo suyo no ha sido un accidente. Esta semana, por las normativas del Congreso, tuvo que retirar los post-it de colores de uno de los lados de la puerta. Dejó el otro. Uno de los mensajes, con letra redonda, dice: “Sigue luchando. Creemos en lo que haces".

jueves, 20 de junio de 2019

ELIZABETH WARREN


Elizabeth Warren: la senadora combativa tiene planes

Mientras Joe Biden y Bernie Sanders centran sus campañas en un mensaje anti-Trump, Warren propone. 




La gran dama de la izquierda norteamericana tiene más de un plan. Por ahora, casi 20. Elizabeth Warren(Oklahoma, 1949), senadora por Massachu­setts y aspirante a la nominación de los demócratas para las presidenciales de 2020, se diferencia de la plétora de candidatos de su mismo partido por la campaña de gran envergadura que está llevando a cabo: con propuestas que redefinen la economía; con un plan para luchar contra la epidemia de opiáceos; un plan para imponer una tasa a los que ella denomina “ultramillonarios”; un plan para acabar con la deuda de Puerto Rico; un plan para reducir la influencia de las grandes corporaciones sobre el Pentágono; un plan que garantice el acceso de todas las mujeres al aborto; un plan para acabar con las deudas que ahogan a los universitarios; un plan para promover manufacturas ecológicas; un plan que garantice que cualquier presidente de EE UU en ejercicio puede ser imputado… Sus propuestas son tantas que se han convertido en un eslogan de las camisetas que se venden en su web: “Warren tiene un plan para eso”.
La senadora no tiene sueños. Tiene proyectos que provienen de no haber recorrido en una perfecta línea recta el camino que le ha llevado desde su Oklahoma natal hasta el escaño en el Senado. Warren no supo de la palabra desahucio, de la fragilidad de las clases medias o del endeudamiento a través de un libro teórico de economía en Harvard, aunque acabase siendo catedrática en esas aulas. La senadora, de 69 años, comenzó a forjar su conciencia política tras la muerte de su padre cuando tenía 12, con lo que aquella pérdida supuso de aprendizaje vital. De la noche a la mañana, la familia Herring —el apellido Warren es el de su primer marido, del que lleva décadas divorciada— vio cómo el banco les despojaba de algunas preciadas posesiones y cómo su madre tenía que abandonar su papel de ama de casa para comenzar a trabajar en los conocidos almacenes Sears. A los 13 años, Warren servía mesas para ayudar a la economía familiar y a los 19 abandonaba los estudios para casarse. Mucho antes de ocupar en 2012 el escaño que fue de Ted Kennedy durante cuatro décadas, la senadora había regresado a la universidad ya siendo madre, para especializarse en Harvard en una tediosa materia que más tarde ha constituido la espina dorsal de su mensaje.

Hace 10 años, durante una crisis financiera como no se había conocido otradesde la década de los treinta, Warren saltó a la fama por sus fulminantes interrogatorios a los banqueros facinerosos que habían llevado al país al abismo de la Gran Recesión. La jurista de Harvard con retórica combativa y un progresismo de vieja escuela se convertía en la gran dama de la izquierda de EE UU. Pero Warren optó por no competir con Hillary Clinton y dejó vía libre a su compañera de partido en 2016 para que fuera la primera mujer en optar a la Casa Blanca. Tras la brutal derrota de la antigua primera dama, Warren anunció, cuando llegó la ocasión, que sí aspiraría a ser candidata en 2020.
A los 13 años, servía mesas para ayudar a la economía familiar y a los 19 abandonaba los estudios para casarse
En lo que parece ser una frívola campaña dedicada a ver qué candidato demócrata detesta más a Donald Trump, la senadora ha elevado el tono del discurso aportando ideas que desglosa en profundidad, aunque sean ambiciosas y en ocasiones poco convencionales. Hace años que Elizabeth Warren está en la escena política y de alguna manera, en términos ideológicos, era la figura más influyente en un partido que todavía está digiriendo el final de la era de Obama y el desastre de la derrota de Clinton.
A la única candidata mujer a la Casa Blanca que ha tenido Estados Unidos, Warren la conoció a finales de los noventa cuando llegó a Washington para luchar contra una ley de bancarrota que ella consideraba que penalizaba a las familias. Mientras la entonces primera dama se comía una hamburguesa, Warren le expuso a Clinton por qué esa ley no debía aprobarse. Para cuando Hillary había acabado su comida, la primera dama estaba convencida y vendió el argumento de Warren a su marido, que retiró el apoyo al proyecto legislativo. La ley moría y Warren se apuntaba la que sería su primera victoria política.
Durante una crisis financiera saltó a la fama por sus fulminantes interrogatorios a los banqueros facinerosos
Hoy, con un discurso con el que podrían identificarse estadounidenses moderados de izquierda y derecha —Tucker Carlson, de Fox News, le ha dedicado elogios—, tanto Joe Bidencomo Bernie Sanders la adelantan en todas las encuestas. Respecto a los medios de comunicación, hubieron de pasar meses de campaña y numerosos anuncios de políticas económicas y sociales por parte de Warren para que Time le dedicara su famosa portada. Antes, y con mucho menos en sus alforjas, fueron reyes de la estratosfera mediática candidatos como Beto O’Rourke o Pete Buttigieg.
Nada de eso parece importar a una mujer que esta última semana ha gozado, según los medios de comunicación, de su “momento”. Warren sigue su camino presentando cada día un nuevo plan. Uno de ellos consiste en una inteligente estrategia para publicitar su campaña de forma gratuita. La candidata se hace selfis de forma infatigable con aquellos que acuden a sus mítines. La campaña anima a los seguidores a subirlos a las redes sociales para crear así una onda expansiva en la Red de rostros sonrientes al lado de Warren. En mayo se alcanzaron los 20.000. Un éxito indudable resultado de un plan.