viernes, 21 de octubre de 2016

POR QUÉ DEJÉ DE SER ANTITAURINO

Más solo ante el peligro que nunca. El autor nos explica por qué de joven participó en el Kolectivo Asturiano/Anarquista de Liberación Animal, el KOALA, y ahora es ferviente defensor de la ‘fiesta nazional’. Dejó de ser antitaurino y cree que ya es hora de defender las tradiciones de sangre y arena, que los jóvenes animalistas se pongan a ‘emprender’, que está muy de moda, y se dejen de tanta mamandurria, y que la izquierda ‘flower power’ pare ya de bloquear la grandeza de este país.


 Iliustración: Liliana Peligro.
A finales de los años 90 yo estoy a la salida de la Plaza de Toros de Oviedo con un grupúsculo de radicales, encapuchados, veganos, hardcoretas y pelicoloridos. Portamos una pancarta que reza “fiesta nazional = tortura”. Nuestro líder, un veterano catedrático de Psicología que murió poco después y al que en las reuniones tabernarias se le quedaban las migas de los bollos en la barba (era, pues, un buen hombre), va disfrazado de toro portando orgulloso un cartel que dice “atrévete a torearme”. Somos tan pocos y tan peligrosos que la Policía Nacional tiene que defendernos a nosotros de las señoras que salen empitonadas y los señores sedientos de sangre. Un día la cuadrilla de un torero trata de secuestrar en su furgoneta a nuestra camarada Marta. Otro día un viejo antifranquista nos viene a agredir ofendido porque siente que le llamamos nazi (y es que se lo hemos llamado). Otro día sacan a hombros a Fran Rivera, yo le digo asesino y él me hace un corte de manga. Éramos el Kolectivo Asturiano/Anarquista de Liberación Animal. El KOALA.

No sé si nosotros tuvimos algo que ver (es evidente que no), pero la Plaza de Toros de Oviedo está hoy abandonada y donde antes corría la sangre hoy crecen malas hierbas. Yo ya paso de los 35 años y, por supuesto, dejé de ser antitaurino. A mi modo de ver actual, aquello solo eran locuras de juventud, pájaros que me metieron en la cabeza y que ya han volado, tonterías utópicas. Hace unas semanas fui a la manifestación antitaurina que finalizó en la madrileña Puerta del Sol y se me cayó el alma a los pies al ver a una juventud tan fresca, lozana y provechosa, tirando a la basura la tarde dominical para protestar por la tauromaquia. Eran muchos, y aún no saben que en la vida tenemos el tiempo contado. ¿Por qué no estaban emprendiendo? ¿Por qué no están levantando este país, que tanta falta hace? ¿Por qué no se van a duchar? A esos les daba yo un pico y una pala.

Ahora les contaré por qué dejé de ser antitaurino y me hice ferviente defensor de nuestra Fiesta Nacional. Todo tuvo mucho que ver con la cultura, porque yo soy hombre culto, y con aquella vez que un amigo me dijo: “Tú es que no sabes ver el verdadero simbolismo del toreo. Fíjate: el torero sale vestido de mujer, con sus mallas, su chaquetita corta, sus joyas de traje de luces y hasta su coleta. El toro es el hombre que aparece furioso con la verga enhiesta. Así la mujer baila con el hombre (le torea) hasta que ella misma es hombre. El estoque es otra vez la verga poderosa que atraviesa al toro, convertido ahora en hembra. Hermoso, ¿verdad?”.

Tan hermoso y poderoso me pareció aquel cuento, tan potente la metáfora, que me di cuenta de que torturar animales por puro regocijo no era nada malo. De que la Tortura Animal era un Derecho Humano. Joder, este simbolismo me hizo darme cuenta de que valía la pena la sangrienta carnicería de los ruedos, incluso la Guerra de Vietnam era deseable si era capaz de generar tan desopilantes relatos. ¡Que me toreen a mí en pos de la poesía!

La cultura, digo, lo cura todo. Yo antes era uno de esos inmaduros miembros de la izquierda flower power que huyen de la realidad de la muerte. Ahora la muerte, como gran destino cósmico, me flipa en todas sus dimensiones. Deberían torear también a los perros, a los gatos, a los hipsters. Las tardes de corrida lejana bajo al grasa-bar con el mondadientes hundido en los labios y pido un chato de vino. Ahí veo los toros con mis compadres, y muy culturalmente, comentamos la corrida a través de citas de Deleuze y Foucault (en ese grasa-bar somos muy de Foucault). Luego cojo a Paco y a Perico y nos vamos a ver unas performances. De esas en las que la artista se echa por encima un cubo de sangre.

Y es que los toros son la verdadera cultura que nos debería representar por el mundo, no esa cultura mojigata de teatrillo y poema incomprensible, de jóvenes que no quieren trabajar y quieren vivir de la teta del Estado. La ubre pública que se ocupe del toreo, que cada vez nos quitan más subvenciones y los chavales pierden sus sueños de sangre y arena. Y si en el extranjero nos dicen que somos brutales, que maduren. España tiene que liderar un regreso a la barbarie.

Yo era también un mojigato. Fíjense: me daban pena los toros, me daba cosilla ver su sufrimiento, el torrente de sangre que les caía de la boca, la pica del picador rompiendo en lo más hondo, la punta de las banderillas fabricando carne picada debajo de la negra piel del lomo. Ahora, que soy un esteta, la sola visión de una verónica o una manoletina me hace orgasmar hasta que no veo otra cosa más. Al fin y al cabo el toro de lidia (¿quién será esa Lidia?) vive de puta madre en la dehesa, que es lo equivalente para un toro a vivir en Ritz y tener Netflix y comer todos los días en Can Roca. Y estoy seguro de que el toro se da perfectamente cuenta de eso, que si es listo para coger al torero también lo tiene que ser para eso. Yo firmaría por una vida así, a ver si alguien me la ofrece.

También pensaba yo eso de que el progreso se consigue eliminando las tradiciones funestas y emprendiendo nuevas tradiciones más acordes con los tiempos, como hizo el proceso de la Ilustración, que barrió el toreo de toda Europa y solo lo dejó en España y el sur de Francia. Pero ahora pienso que las tradiciones hay que mantenerlas. ¿Acaso no es tradicional el gazpacho, la siesta, el sol y sombra? ¿Acaso no es tradicional la corrupción? ¿Acaso no es María Teresa Campos una tradición? Yo es que he flipado mucho con su docurreality. Dejen las tradiciones donde están, que es lo que nos hace ser lo que somos, por horrendo que sea eso.

Con lo del toreo, y con todos los puestos de trabajo que peligran, no puedo evitar acordarme de todas las familias de músicos que se fueron a la calle cuando llegó el gramófono, de los empleados de Kodak despedidos cuando se acabó la fotografía analógica, de los fabricantes de teléfonos fijos. ¿Qué fue de los verdugos que en España oficiaban las exitosas ejecuciones públicas? No se puede permitir que pase lo mismo. No se puede permitir que el mundo avance, que no están los toreros ni los apoderados, los pobres, para montar start-ups tecnológicas.

Solo en una cosa estoy de acuerdo con los antitaurinos. Y es que el toro no puede ser el emblema de España, porque es un animal derrotado, al que matan cada domingo en la plaza seis veces. Y así nos va. Necesitamos un emblema poderoso, inmortal, eterno, que represente bien la idiosincrasia española y a toda la diversidad nacional. Que sea María Teresa Campos.


Como digo, cuando era antitaurino, sentía pena por el toro. Ahora ya no. Lo que pasa es que me cuesta sentir ya cualquier otra cosa.

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