Por Sergio C. Fanjul
Más solo ante el peligro que nunca. El autor nos explica por
qué de joven participó en el Kolectivo Asturiano/Anarquista de Liberación
Animal, el KOALA, y ahora es ferviente defensor de la ‘fiesta nazional’. Dejó
de ser antitaurino y cree que ya es hora de defender las tradiciones de sangre
y arena, que los jóvenes animalistas se pongan a ‘emprender’, que está muy de
moda, y se dejen de tanta mamandurria, y que la izquierda ‘flower power’ pare
ya de bloquear la grandeza de este país.
A finales de los años 90 yo estoy a la salida de la Plaza de
Toros de Oviedo con un grupúsculo de radicales, encapuchados, veganos,
hardcoretas y pelicoloridos. Portamos una pancarta que reza “fiesta nazional =
tortura”. Nuestro líder, un veterano catedrático de Psicología que murió poco
después y al que en las reuniones tabernarias se le quedaban las migas de los
bollos en la barba (era, pues, un buen hombre), va disfrazado de toro portando
orgulloso un cartel que dice “atrévete a torearme”. Somos tan pocos y tan
peligrosos que la Policía Nacional tiene que defendernos a nosotros de las
señoras que salen empitonadas y los señores sedientos de sangre. Un día la
cuadrilla de un torero trata de secuestrar en su furgoneta a nuestra camarada
Marta. Otro día un viejo antifranquista nos viene a agredir ofendido porque
siente que le llamamos nazi (y es que se lo hemos llamado). Otro día sacan a
hombros a Fran Rivera, yo le digo asesino y él me hace un corte de manga.
Éramos el Kolectivo Asturiano/Anarquista de Liberación Animal. El KOALA.
No sé si nosotros tuvimos algo que ver (es evidente que no),
pero la Plaza de Toros de Oviedo está hoy abandonada y donde antes corría la
sangre hoy crecen malas hierbas. Yo ya paso de los 35 años y, por supuesto,
dejé de ser antitaurino. A mi modo de ver actual, aquello solo eran locuras de
juventud, pájaros que me metieron en la cabeza y que ya han volado, tonterías
utópicas. Hace unas semanas fui a la manifestación antitaurina que finalizó en
la madrileña Puerta del Sol y se me cayó el alma a los pies al ver a una
juventud tan fresca, lozana y provechosa, tirando a la basura la tarde
dominical para protestar por la tauromaquia. Eran muchos, y aún no saben que en
la vida tenemos el tiempo contado. ¿Por qué no estaban emprendiendo? ¿Por qué
no están levantando este país, que tanta falta hace? ¿Por qué no se van a
duchar? A esos les daba yo un pico y una pala.
Ahora les contaré por qué dejé de ser antitaurino y me hice
ferviente defensor de nuestra Fiesta Nacional. Todo tuvo mucho que ver con la
cultura, porque yo soy hombre culto, y con aquella vez que un amigo me dijo:
“Tú es que no sabes ver el verdadero simbolismo del toreo. Fíjate: el torero
sale vestido de mujer, con sus mallas, su chaquetita corta, sus joyas de traje
de luces y hasta su coleta. El toro es el hombre que aparece furioso con la
verga enhiesta. Así la mujer baila con el hombre (le torea) hasta que ella
misma es hombre. El estoque es otra vez la verga poderosa que atraviesa al
toro, convertido ahora en hembra. Hermoso, ¿verdad?”.
Tan hermoso y poderoso me pareció aquel cuento, tan potente
la metáfora, que me di cuenta de que torturar animales por puro regocijo no era
nada malo. De que la Tortura Animal era un Derecho Humano. Joder, este
simbolismo me hizo darme cuenta de que valía la pena la sangrienta carnicería
de los ruedos, incluso la Guerra de Vietnam era deseable si era capaz de
generar tan desopilantes relatos. ¡Que me toreen a mí en pos de la poesía!
La cultura, digo, lo cura todo. Yo antes era uno de esos
inmaduros miembros de la izquierda flower power que huyen de la realidad de la
muerte. Ahora la muerte, como gran destino cósmico, me flipa en todas sus
dimensiones. Deberían torear también a los perros, a los gatos, a los hipsters.
Las tardes de corrida lejana bajo al grasa-bar con el mondadientes hundido en
los labios y pido un chato de vino. Ahí veo los toros con mis compadres, y muy
culturalmente, comentamos la corrida a través de citas de Deleuze y Foucault
(en ese grasa-bar somos muy de Foucault). Luego cojo a Paco y a Perico y nos
vamos a ver unas performances. De esas en las que la artista se echa por encima
un cubo de sangre.
Y es que los toros son la verdadera cultura que nos debería
representar por el mundo, no esa cultura mojigata de teatrillo y poema
incomprensible, de jóvenes que no quieren trabajar y quieren vivir de la teta
del Estado. La ubre pública que se ocupe del toreo, que cada vez nos quitan más
subvenciones y los chavales pierden sus sueños de sangre y arena. Y si en el
extranjero nos dicen que somos brutales, que maduren. España tiene que liderar
un regreso a la barbarie.
Yo era también un mojigato. Fíjense: me daban pena los
toros, me daba cosilla ver su sufrimiento, el torrente de sangre que les caía
de la boca, la pica del picador rompiendo en lo más hondo, la punta de las
banderillas fabricando carne picada debajo de la negra piel del lomo. Ahora,
que soy un esteta, la sola visión de una verónica o una manoletina me hace
orgasmar hasta que no veo otra cosa más. Al fin y al cabo el toro de lidia
(¿quién será esa Lidia?) vive de puta madre en la dehesa, que es lo equivalente
para un toro a vivir en Ritz y tener Netflix y comer todos los días en Can
Roca. Y estoy seguro de que el toro se da perfectamente cuenta de eso, que si
es listo para coger al torero también lo tiene que ser para eso. Yo firmaría
por una vida así, a ver si alguien me la ofrece.
También pensaba yo eso de que el progreso se consigue
eliminando las tradiciones funestas y emprendiendo nuevas tradiciones más
acordes con los tiempos, como hizo el proceso de la Ilustración, que barrió el
toreo de toda Europa y solo lo dejó en España y el sur de Francia. Pero ahora
pienso que las tradiciones hay que mantenerlas. ¿Acaso no es tradicional el
gazpacho, la siesta, el sol y sombra? ¿Acaso no es tradicional la corrupción?
¿Acaso no es María Teresa Campos una tradición? Yo es que he flipado mucho con
su docurreality. Dejen las tradiciones donde están, que es lo que nos hace ser
lo que somos, por horrendo que sea eso.
Con lo del toreo, y con todos los puestos de trabajo que
peligran, no puedo evitar acordarme de todas las familias de músicos que se
fueron a la calle cuando llegó el gramófono, de los empleados de Kodak
despedidos cuando se acabó la fotografía analógica, de los fabricantes de
teléfonos fijos. ¿Qué fue de los verdugos que en España oficiaban las exitosas
ejecuciones públicas? No se puede permitir que pase lo mismo. No se puede
permitir que el mundo avance, que no están los toreros ni los apoderados, los
pobres, para montar start-ups tecnológicas.
Solo en una cosa estoy de acuerdo con los antitaurinos. Y es
que el toro no puede ser el emblema de España, porque es un animal derrotado,
al que matan cada domingo en la plaza seis veces. Y así nos va. Necesitamos un
emblema poderoso, inmortal, eterno, que represente bien la idiosincrasia
española y a toda la diversidad nacional. Que sea María Teresa Campos.
Como digo, cuando era antitaurino, sentía pena por el toro.
Ahora ya no. Lo que pasa es que me cuesta sentir ya cualquier otra cosa.
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