Los estereotipos vigentes coinciden en que los alemanes son un pueblo laborioso, formado por adictos el trabajo, adornados de virtudes con el orden, la puntualidad y el cumplimiento del deber. Las estadísticas y la vida cotidiana en la Alemania actual contradicen esta imagen.
Con un ataque de pánico han reaccionado los dueños de las plantaciones de espárragos de la región de Brandeburgo ante las propuestas de algunos políticos y de la Oficina Federal de Empleo de enviar alemanes parados de larga duración a la recogida de la cosecha, en vez de los tradicionales trabajadores temporeros procedentes de Polonia. “ ¡Alemanes no, por favor!”, clamaba ante las cámaras de televisión un propietario de una plantación de espárragos y añadía: “ Los que vinieron la última vez trabajaron un día y se dieron de baja porque les dolía la espalda”.
Según una encuesta de la Asociación de Agricultores, las oficinas de empleo enviaron a la cosecha del espárrago a 3.761 alemanes que buscaban trabajo. Se presentaron 761 a trabajar y, de éstos, sólo un tercio soportó la primera semana. No cabe duda de que los magníficos espárragos de Brandeburgo se pudrirían en la tierra sin los miles de temporeros polacos que por 5,42 euros por hora trabajan en la cosecha.
Las estadísticas de la OCDE sobre el promedio de horas trabajadas al año en 30 países de los más desarrollados otorgan a Alemania la medalla de bronce de los más vagos. Con 1.438 horas, los alemanes son los que menos trabajan, sólo superados a la baja por noruegos y holandeses. Comparadas con las 1.775 horas de media anual de España y sobre la base de una jornada de ocho horas diarias, un alemán medio trabaja casi 40 días menos al año que un español. Mientras tanto, Alemania se ha convertido ya en el farolillo rojo de la UE ampliada a 25 países en la estadística de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), con una economía en la práctica estancada desde hace tres o cuatro años.
Obras eternas
No tiene nada de extraño que en Alemania las obras públicas se conviertan en algo eterno. En la primavera de 1994 llegué a Bonn tras una estancia de nueve años en América Latina. A la entrada de Bad Godesberg estaba en marcha la construcción de un paso subterráneo para evitar que los coches atravesaran esa ciudad que se había convertido ya en un barrio más de Bonn. Cuando a finales de 1997 abandoné Alemania. Las obras del túnel de Bad Godesberg todavía no estaban concluidas. En octubre de 2003, viajé a Munich y traté de tomar un autobús municipal que tardaba en llegar. Un aviso en el poste de la parada advertía: “Queridos usuarios de la línea 89: Por la construcción de un túnel en la calle Richard Strauss pueden producirse desviaciones en las horas anunciadas en el horario de salida. Duración prevista de las obras: hasta octubre de 2009. Les pedimos comprensión”.
¡Seis años para construir un túnel en una calle! En ocho años se construyeron en Madrid 142 kilómetros de líneas de metro. Claro que, en la Alemania actual, a la caída en horas de trabajo hay que añadir las procelosas trabas burocráticas que eternizan las obras. Hace unos meses, el primer ministro de Sajonia, el democristiano Georg Milbradt (CDU), se lamentaba ante un grupo de corresponsales extranjeros de que para sacar adelante los trabajos de una carretera de circunvalación, su gobierno, por exigencia de los ecologistas, tuvo que comprometerse a construir un paso subterráneo para los sapos.
En los debates políticos de la década de l o9s ochenta, el díscolo socialdemócrata Oskar Lafontaine(SPD) acusó al entonces canciller de su propio partido, Helmut Schmidt, de preconizar las llamadas virtudes secundarias: “Schmidt habla de nuevo de sentimiento del deber, fiabilidad, factibilidad y firmeza. Éstas son virtudes secundarias. Para decirlo de una forma más precisa: con ellas se puede también dirigir un campo de concentración”. Una argumentación similar empleaba días atrás un amigo alemán. Ante mis quejas sobre el mal funcionamiento de la Alemania actual, mi amigo replicó: “ No sé por qué los extranjeros os quejáis, en vez de alegraros. Con los alemanes de hoy sería imposible construir de nuevo Auschwitz porque no funcionaría”. No cabe duda de que es un gran consuelo.
José Comas. El País 29-5-05. volver al duende de los extravíos