El imperio del placer
Pasaremos a la historia como los últimos insensatos que pusieron límites al placer ya que la humanidad ha comenzado a emanciparse de Darwin y de la madre naturaleza para sumergirse en una nueva era: el transhumanismo
Supongamos
que aterrizamos en un planeta cuyos habitantes viven en una perpetua
felicidad, donde el dolor, el sufrimiento y la ansiedad están
desterrados y solo existe el placer. Pero no un placer idiota e
improductivo; los habitantes de este planeta hipotético piensan con
una afilada lucidez, se relacionan inmejorablemente con su núcleo
familiar y su entorno social y cada acto que ejecutan, por modesto
que sea, está lleno de sentido y significado. ¿Sugeriríamos la
introducción del dolor, de la ansiedad, del sufrimiento, para
endurecer la fibra moral y atemperar el espíritu?
Esta
pregunta sale de la órbita del transhumanismo, un movimiento
cultural, de aires filosóficos que plantea, con fundamentos nada
despreciables que, de manera casi inadvertida, nos estamos adentrando
ya en la era posdarwinista. La evolución de nuestra especie comienza
a dejar de lado a la madre naturaleza, que es lenta y arbitraria, y
ya cabalga a lomos de la ingeniería genética, la farmacología, la
estimulación intracraneana y la nanotecnología molecular; una
batería de técnicas que, en un futuro no muy lejano, van a
incrementar nuestras capacidades físicas, intelectuales y
psicológicas, y a erradicar buena parte de las limitaciones que hoy
nos impone el darwinismo, la evolución natural de nuestra especie,
que hemos venido arrastrando a lo largo de nuestra historia.
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