Una Europa normal
Juan
José Millás 14.08.2016 | 05:00
Hace tiempo, en el
curso de un reportaje sobre las inteligencias singulares, entrevisté a una
profesora de la Universidad Autónoma de Madrid que, a una de mis preguntas,
respondió que la función de la escuela era «normalizar, producir personas
normales». La respuesta me estremeció, pues sabía desde qué idea de normalidad
hablaba. De acuerdo con su concepto de la educación, los talentos que no se
adaptaran al pensamiento dominante debían ser expulsados del sistema. Y así
ocurre: el alumno que no acepta los estrechos cauces que se le ofrecen, se
convierte en un fracasado escolar. Lo más curioso de todo esto es que las
únicas personas capaces de provocar cambios en la dirección del progreso son
precisamente las que logran escapar de esos límites sin caer en la marginación.
Difícil equilibrio este, el de permanecer dentro del sistema sin aceptar sus
reglas. Tal es espacio de los creadores en el sentido amplio de la palabra,
pues también la física o las matemáticas requieren, para avanzar, de grandes
dosis de imaginación.
Lo normal, la gente
normal, las actitudes normales. La normalidad, en suma. He ahí una condición
que funciona más como jaula que como incentivo. La tele nos sirve veinticuatro
horas al día, siete días a la semana, como los altos hornos, ejemplos de
normalidad que ponen los pelos de punta. De hecho, las mayores atrocidades son
perpetradas por personas normales.
–Era muy normal –dicen
los vecinos del tipo que ha matado a su madre y se ha paseado con su cabeza
debajo del brazo por la calle.
Pero tampoco es
preciso llegar a esos extremos. La normalidad más dañina es la cotidiana, la
del día a día, la del minuto que tarda el microondas en calentar la taza de
café con leche. La normalidad atroz de las noticias políticas, de los concursos
de televisión. Las conductas que se nos ofrecen como modelos de normalidad. Los
niños que nos muestran como normales en las guarderías y colegios (quizá
futuros secretarios de Estado o ministros de Interior). Las relaciones
laborales vigentes como ejemplo de normalidad en el trabajo. Los atascos
normales de la hora punta. Las acelgas normales, la paella normal. La Europa
normal. Qué miedo da todo.
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