sábado, 20 de agosto de 2016

ESCAPAR DEL PENSAMIENTO DOMINANTE SIN CAER EN LA MARGINACIÓN

Una Europa normal
Juan José Millás 14.08.2016 | 05:00

Hace tiempo, en el curso de un reportaje sobre las inteligencias singulares, entrevisté a una profesora de la Universidad Autónoma de Madrid que, a una de mis preguntas, respondió que la función de la escuela era «normalizar, producir personas normales». La respuesta me estremeció, pues sabía desde qué idea de normalidad hablaba. De acuerdo con su concepto de la educación, los talentos que no se adaptaran al pensamiento dominante debían ser expulsados del sistema. Y así ocurre: el alumno que no acepta los estrechos cauces que se le ofrecen, se convierte en un fracasado escolar. Lo más curioso de todo esto es que las únicas personas capaces de provocar cambios en la dirección del progreso son precisamente las que logran escapar de esos límites sin caer en la marginación. Difícil equilibrio este, el de permanecer dentro del sistema sin aceptar sus reglas. Tal es espacio de los creadores en el sentido amplio de la palabra, pues también la física o las matemáticas requieren, para avanzar, de grandes dosis de imaginación.
Lo normal, la gente normal, las actitudes normales. La normalidad, en suma. He ahí una condición que funciona más como jaula que como incentivo. La tele nos sirve veinticuatro horas al día, siete días a la semana, como los altos hornos, ejemplos de normalidad que ponen los pelos de punta. De hecho, las mayores atrocidades son perpetradas por personas normales.
–Era muy normal –dicen los vecinos del tipo que ha matado a su madre y se ha paseado con su cabeza debajo del brazo por la calle.

Pero tampoco es preciso llegar a esos extremos. La normalidad más dañina es la cotidiana, la del día a día, la del minuto que tarda el microondas en calentar la taza de café con leche. La normalidad atroz de las noticias políticas, de los concursos de televisión. Las conductas que se nos ofrecen como modelos de normalidad. Los niños que nos muestran como normales en las guarderías y colegios (quizá futuros secretarios de Estado o ministros de Interior). Las relaciones laborales vigentes como ejemplo de normalidad en el trabajo. Los atascos normales de la hora punta. Las acelgas normales, la paella normal. La Europa normal. Qué miedo da todo.

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