VISTO EN EL DESCONCIERTO POR Fernando López Agudín comentarios
…neoliberal se queda. A ninguno de nuestros políticos le cuadra mejor la definición de la derecha de Simone de Beauvoir, –la derecha es como el diablo, pretende convencernos de su inexistencia– que a Rivera y a algunos travestidos interesados hoy en negar el neoliberalismo de Ciudadanos. Sus recetas económicas, casi calcadas de la FAES de Aznar, junto con los análisis de Luis Garicano, no dejan lugar a duda alguna, tal como puede verse en el revelador artículo que acaba de publicar el martes en EL PAIS: el proyecto de gobierno PSOE, Podemos e IU propone soluciones mágicas a problemas complejos.
Identidad socioeconómica que combina con una identidad política renovadora. Ser neoliberal, sería su eslogan, no es sinónimo de ser delincuente. Ese es el elemento diferenciador que le separa de la práctica del neoliberalismo oficial del Partido Popular. Muy importante, cierto, lo cual no significa que sea una opción intermedia entre un programa progresista y uno neoliberal. Es la derecha con rostro honrado, interesada en cambiar la legislación electoral bipartidista que castiga a Cs, Podemos e IU en beneficio del PP y PSOE. Esa es la principal causa de los ochenta escaños que separan a las dos derechas, aunque la Moncloa ha resistido mucho más de lo que esperaban los promotores del Ciudadanos.
Pese al contraste entre las perspectivas y los escaños, tiene un amplio campo político por jugar, dado que el bipartidismo sigue jugando a quedarse ciego con tal de dejar tuerto a Rajoy o Sánchez. Rivera es hoy el teléfono rojo mediante el cual han pactado la Mesa del Congreso de Diputados, así como el número y ubicación de los grupos parlamentarios. Pacto tácito, arbitrado por Rivera, que ha dado el control de la mesa a PP-C’s y un sillón decorativo al PSOE. Lógico, porque empleando los términos de Garicano, no conviene dejar ningún resquicio por el que pudiera colarse la magia de Podemos. La gran coalición, PP, C’s y PSOE, es ya realidad parlamentaria.
Ahora toca reproducir, en versión reducida, el acuerdo del palacio de la Carrera de San Jerónimo en La Moncloa. Satisfacer el ego de Sánchez, el ansia de poder del PSOE y las obligaciones económicas del PP con Merkel, a través de la abstención de los populares a un Gobierno socialista sostenido por Ciudadanos. Los medios afines se encargarían de venderlo por tierra, mar y aire a los algo más de 190.000 militantes que deberán dar su aprobación a este impresentable acuerdo con la derecha. Sin Rivera, Sánchez estaría hoy en la misma situación que Rajoy. Lo tiene tan claro que ha incluido en sus negociadores a un socioneoliberal, Jordi Sevilla, junto al alter ego de Felipe González, José Enrique Serrano.
Esta iniciativa de Rivera es la única, salvo las elecciones anticipadas, que puede impedir el Gobierno de progreso. Su problema es que tiene que convencer al PP de que haga con el PSOE lo que Sánchez se ha negado a hacer con Rajoy. La abstención que hoy pide a Génova la pidió durante todo enero a Ferraz sin éxito alguno. Quizás algún adicto a Marx (Groucho) piense que los círculos económicos van a conseguir de Rajoy lo que no consiguieron de Sánchez, como si el juego político fuese un mero reflejo del mundo financiero. Ya puede afanarse Rivera en ayudar a Sánchez, porque de no cerrarse un pacto podría encontrarse con otro zig-zag del socialista hacia Iglesias.
Rivera se la juega. Corre el serio peligro de volver a Catalunya, una década sin cruzar el Ebro, si no consigue salvar al soldado Sánchez como presidente de Gobierno. Sabe bien que sólo el miedo a Podemos le permitió sustituir a una ensoberbecida Rosa Díaz en Madrid y que la apuesta electoral contra el PP no ha dado los resultados que calculaban quienes le sacaron del callejón catalán. Ahora tiene su gran oportunidad –gracias a un Sánchez al que sus compañeros de partido han colocado una soga al cuello– y no la va a desaprovechar. Pero al igual que se equivocan quienes estiman que sólo las circunstancias económicas determinan la política, lo hacen igualmente los que creen que la voluntad individual es el demiurgo político. Los fantasmas del CDS de Suárez y la operación Roca se lo recuerdan.
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