viernes, 22 de abril de 2005

El tsunami deslocalizador

Un ciudadano alemán se ha jubilado y se traslada a vivir, como tantos otros, a Mallorca; para construir su casa y que le salga más barata decide contratar a una compañía de servicios de construcción letona. Los letones que trabajen para ese empeño lo harán bajo las condiciones del derecho laboral letón, con sueldos letones, que son mucho menores que los de los españoles. Esto es lo que habría significado la aprobación de la directiva Bolkestein ( por el nombre del comisario holandés que la presentó) y que ha quedado sometida a revisión en la última cumbre del Consejo Europeo de Bruselas.
El pelegro de que una liberalización de servicios en la UE, bajo el principio” del país de origen”, genere dumping social y ecológico y una nueva oleada de deslocalizaciones, está detrás del enorme malestar social que se manifiesta en estos momentos en Francia y que ha supuesto que en pocas semanas los sondeos sobre el referéndum constitucional ( que se celebrará el 29 de mayo) den un no mayoritario. Con una característica añadida: que el aumento de ese no proviene sobre todo de las filas de la izquierda y de aquellos que defienden el modelo social europeo.

En enero de 2004, la Comisión Europea de Romano Prodi aprobó por unanimidad da directiva Bolkestein, cuyo contenido pasó prácticamente inadvertido hasta hace escasas fechas. Su filosofía es coherente con el resto del discurso europeo: practicada la libertad de movimientos de capitales y mercancías, había que abordar la de los servicios, dado que este mercado representa el 70% del PIB comunitario. Dinamizar la economía derribando los obstáculos existentes para que una empresa de un país se instale en otro sin discriminaciones burocráticas es una cosa; hacerlo bajo la legislación laboral y ecológica del país de origen es otra distinta. En estos momentos, la revisión de la directiva Bolkestein se va a hacer, sobre todo, en dos capítulos: el “ principio del país de origen” y la exclusión de la misma de los servicios de interés general, y en especial de los de carácter público como los sanitarios.

La inquietud europea sobre la amplitud del movimiento deslocalizador no puede dejarse de lado porque sea un intangible. La liberalización del sector textil, a principios de año, está teniendo como consecuencia una invasión de importaciones de ese tipo de productos, que llegan de países asiáticos, a un precio muy inferior, con las consecuencias que ello tiene en el empleo y en los salario. La directiva Bolkestein generaría un proceso de deslocalización de primera derivada ( ya que se trata de una deslocalización en el seno de la UE), al que hay que añadir la deslocalización de segunda derivada: la de aquellas empresas que abandonan la región europea para instalarse en Asia.

El tsunami deslocalizador ha adquirido mayor actualidad porque ya no es, como en el pasado, una deslocalización industrial-cuyos perdedores eran, en primera instancia, trabajadores con escasa cualificación-, sino de una deslocalización de los servicios ( out sourcing) que afecta a los empleos de los trabajadores cualificados y a algunas profesiones liberales, que tienen mayor capacidad de opinión pública que los primeros. El profesor David Cohen lo describía con nitidez en Le Monde:” De la noche a la mañana hay oficios que se creían protegidos y ahora se encuentran en el mercado mundial, para bien o para mal. Siempre hará falta un médico sobre el terreno que ponga el oído sobre el pecho de un paciente, pero ya no necesariamente para examinar sus radiografías.
Un radiólogo indio puede ofrecer un análisis útil y más barato o, al revés, si el caso es difícil, la opinión del mayor especialista internacional podrá solicitarse a través de la red... El médico de cabecera encuentra un apoyo técnico que incrementa su productividad: sale ganando con la globalización. Su colega radiólogo, al igual que las regiones industriales, deberá luchar duro para hacerse un hueco en el segmento más elevado del mercado”
Joaquín Estefanía. El País

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