Huérfanos de Groucho
Julius Henry Marx juró
“vivir para siempre o morir en el intento”. Cuarenta años después de su muerte,
nadie ha podido llenar el vacío dejado por su humor destructivo y su corrosión
del lenguaje convencional desde la lógica más rigurosa
Para el subconsciente de muchos de sus seguidores, la muerte de Groucho fue
una frustración. Tenía vocación de inmortalidad, como queda de manifiesto en
una de sus frases para la posteridad en la que supuestamente pensaba vivir
cómodamente instalado: “Tengo la intención de vivir para siempre o morir en el
intento”. Una afirmación de tal calibre resume la lógica implacable y dislocada
de su Weltanschauung, feliz y agresivamente inmadura. No
es muy diferente de esta felicitación de su puño y letra: “Si sigues cumpliendo
años acabarás por morirte. Besos, Groucho”. Incluso mencionó en Groucho y yo que alguien por la calle le había
implorado encarecidamente “No se muera usted nunca”, como si Rufus
T. Firefly conociera la pócima de la eternidad. Con su querencia burlesca
hacia la inmortalidad, Groucho invertía brutalmente esa condolencia trillada,
propia de tarjeta postal o de galletita china de la suerte, que proclama
hipócritamente: “¡Vivirá siempre en nuestro recuerdo!”. La tontuna no convenció
a Unamuno y tampoco a Groucho. Bien sabían los dos que no existen los controles
de memoria y que, en todo caso, se pueden falsificar. Por ejemplo, con el timo
de los aniversarios.